miércoles, 23 de marzo de 2016

Un devoto de la Virgen de Carejas


UN DEVOTO DE LA VIRGEN DE CAREJAS


      Era en Campos otoño tardío,  y las mañanas llegaban con escarchas y alguna helada de la noche, y los atardeceres, ventilados de cierzo, invitaban a buscar refugio y abrigo. Las horas del mediodía, sin embargo, ofrecían un sol radiante, que en algunos remansos, como el atrio de la iglesia de Santa Eulalia de Paredes de Nava, transmitían además tranquilidad y sosiego. Pero tal silencio y paz se alteró, aquél día de otoño tardío, por las voces intranquilas de unas gentes que abandonaban desairados la iglesia, con signos evidentes de descontento. Curiosos y con ánimo de calmar tal situación, algunas gentes nos aproximamos a ellos y sin que nadie preguntara, un hombre, ya entrado en años, visiblemente nervioso, trató de contar los motivos de tal situación. Con voz entrecortada repetía que el era natural de Paredes, que había nacido en este pueblo, pero que desde hace tiempo residía en Bilbao, donde se había casado y tenía un hijo. Recordaba emocionado y ya mas tranquilo, sus años jóvenes en Paredes, y sobre todo aquello que tantas veces su madre le había contado. Siendo niño, padeció una enfermedad muy grave, y fue desahuciado por los médicos, pero su madre, desesperada, haciendo uso de su fe cristiana, acudió a la patrona del pueblo, a la Virgen de Carejas y cuenta este hombre que todos los días su madre visitaba en su ermita a la Virgen y le pedía por él, por la salud de su hijo. El no sabe como fue, pero comenzó a mejorar, y ya acompañaba a su madre en el largo caminar hasta la ermita, y cada día se encontraba mejor y allí postrada ante la Virgen, veía a su madre rezar y cómo algunas veces corrían lágrimas por sus mejillas y a él, viéndola, también le sucedía..

      Interesados, le pedimos que nos contara que sucedía, y angustiado, nos dijo que al amanecer habían salido de Bilbao en tren y que, en Venta de Baños, hicieron trasbordo y cogieron otro tren que les había llevado a Paredes. Y dirigiendo la mirada a la que parecía ser su esposa, continuó diciendo que tenían un hijo con la enfermedad que padecen ahora muchos chicos jóvenes, que se encontraba en una situación imposible y que ellos estaban sufriendo mucho. Recordando aquellos tiempos míos, un día propuse a mi esposa visitar a la Virgen de Carejas, de la que yo tanto había hablado a la familia. 

      Llegamos al pueblo, y después de tantos años, todo me pareció cambiado, comenzando por la estación, el magnífico paseo, el corro de los toros, que ahora es una plaza preciosa. Impresionado y alegre de estar de nuevo en mi pueblo, no necesité preguntar por donde se iba a la ermita, yo lo sabía muy bien. Así que mi mujer y yo, allí nos dirigimos, y en el camino, parece que se aceleraba mi corazón al mismo tiempo que sentía de nuevo dentro de mí aquello que en otros tiempos había sentido. Una sensación de alegre esperanza recorrió todo mi cuerpo, y parecía como si yo volvía a ser el niño de antes que caminaba al lado de una madre de devoción ilusionada. Aceleramos el paso en cuanto divisamos las blancas paredes de la ermita y apenas, sin darnos cuenta, estábamos en la puerta. Todo eran recuerdos de emoción y me sentía azorado, pero mi mujer me tiraba de la manga de la chaqueta y me preguntaba ¿dónde está la Virgen? ¿dónde está la Virgen? Todo estaba en penumbra y no supe que responder, allí donde siempre había estado, no había nada. Miraba, remiraba e incluso intenté buscar rodeando el altar y pregunte en voz alta por si acaso alguien me oía. Nada, todo era penumbra y soledad y decidimos, desorientados, volver al pueblo. En el camino de vuelta, detuvimos a un hombre que conducía un tractor y al preguntarle por la Virgen, nos dijo que la habían llevado a la Iglesia de Santa Eulalia. Allí fuimos y al entrar nos dijeron que aquello era un museo, que eran horas de visita, y que teníamos que abonar dos euros para entrar. Preguntamos por la Virgen y dijeron que sí, que allí estaba y entramos. Dentro de la Iglesia nos llevaron a una dependencia que hubo que abrir, pues pertenecía al museo y dijeron que aquella imagen era la Virgen, que allí estaba. No sentí nada de lo que yo sentí de niño cuando me latía fuerte el corazón, es mas no la reconocí. Quise hablarle, no pude y salí de allí todo lo deprisa que pude.
    Aquél hombre no se despidió de nosotros, y al alejarse, oíamos que su esposa le reprendía severamente por haber venido hasta aquí, cuando nosotros tenemos en Bilbao, le decía, la Virgen de Begoña y no esta Virgen tuya tratada con tan poco respeto.

    Me entristecí, pero pensé que estos pueblos y estas gentes son así.


    José Herrero Vallejo.

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