martes, 31 de mayo de 2016

Girasoles en Tierra de Campos


GIRASOLES EN TIERRA DE CAMPOS
                                                                 a mi hija Carmela
Los girasoles no son de aquí, nunca antes estos cultivos se conocieron en las tierras labrantías de esta laboriosa comarca de Tierra de Campos, cuya  única vocación ha sido siempre ser granero de la vieja Castilla.
Fotografía Araceli Infante Castellanos.
 Dicen que llegaron a estos campos por necesidad. Los labradores que los cultivaban, recibían por ellos ayudas económicas, subvenciones y por eso fueron tan bien recibidos, como si realmente su siembra les  trajera   un pan debajo de cada  brazo.
 La siembra era tardía, se ponían las semillas bajo tierra cuando ya los cereales  estaban bien nacidos, cuando ya apenas quedaban lluvias por caer, cuando los días ya eran más largos  y ellos, sin embargo, comenzaban a germinar. Y para aprovechar, los agricultores siempre los sembraban  en las tierras labrantías que  destinaban, antes de que los girasoles llegaran, a permanecer desnudas y vacías durante el largo verano mostrando lo pardo, lo seco, lo tosco de sus barbechos polvorientos.
Crecían con tal fuerza y  tenían tantas ganas  de vivir, que en poco tiempo pasaban en altura a todo lo que les rodeaba. Eran de porte fino y elegante, se adornaban con grandes hojas verdes y su cuerpo era fuerte y robusto, y cuando al atardecer llegaba el viento norte, apenas se movían, no se doblegaban, como lo hacían los trigos ante esta fuerza natural que durante siglos,  ha ejercido aquí su poderío.
 Me gustaban porque su verde color oscuro contrastaba  con los   verdes suaves de los trigales en flor, y sus grandes hojas parecían que flotaban cuando el viento las movía. Pero lo mejor era cuando cumplidos sus días, los girasoles  se rompían por la cabezuela y aparecían amarillentas flores, que  en muy poco tiempo se hacían grandes y redondas. Era entonces un lujo  ver que aquellas descarnadas laderas, aquellos pedregosos páramos, aquellos interminables llanos estaban ahora, en pleno verano,  vestidos y enjoyados,  avivados de jugosos y chillones colores,  pintados de amarillos y  verdes  entreverados como si la tierra se hubiera vestido de fiesta, como si todos los días fueran domingo, como si alguien importante hubiera anunciado su visita. 
Y a lo lejos, aquellas manchas de girasoles parecían ejércitos multicolores, batallones de soldados  colocados en la llanura, unos detrás de otros, fijos, inmóviles e impecablemente alineados, mirando hacia arriba, al mediodía, hacia el brillante cielo azul, con sus caras grandes y redondas coronadas de pétalos amarillos.
Y cuando el sol de la tarde iba buscando su camino, y allá a lo lejos, en los terrenos de poniente, se perdía, millones de girasoles, todos a una, como si de una orden se tratara, giraban  suavemente sus cabezas,  y cegados de rojo resplandor, contemplaban a su sol partir 
 Y necesitados de mas  luz, y mas calor, lo perseguían con sus caras redondas sin cesar, y lo acompañaban por donde quisiera que él fuera, fascinados por la amarillenta  energía que les nutría de vida . 
 Y así, hasta que viejos y cansados, sin pétalos amarillos, arruinados, esperaban cabizbajos y y resignados, entregar sus frutos , ya maduros, de tanta luz, de tanto sol.
 Cuando los girasoles no estaban, el estío parecía todavía más estío, más sofocante y el vientoo era  más seco y ceñudo,  y el color pajizo y agarbanzado de los rastrojos, dominaba por doquier. 
Pero Castilla es así y  su belleza ha sido siempre la claridad de sus azulados cielos, la violencia de sus soles, la armonía de sus colores, la desnudez de sus campos, lo áspero y polvoriento de sus tierras, el esfuerzo y el sudor de su trabajo...
A muchos nos gustaban los girasoles, aunque fueran forasteros.

                                                                                      
    José Herrero Vallejo.




lunes, 30 de mayo de 2016

Mayas de mayo

MAYAS  DE  MAYO
                                                                                     
                                                                   a los que entonces eran  niños
                                                                                        
Alrededor de estos pueblos de Tierra de Campos, en las cercas, en las proximidades de sus casas,  se encuentran las eras, esos espacios de terreno de pequeñas dimensiones, firmes y limpios, cubiertos de suave hierba, de superficie lisa y cuidada, que cuentan, a veces, con una pequeña construcción de adobe, con puerta rústica, de gran utilidad, en otros tiempos.

Todos los labradores de aquellas épocas, poseían una era, y era allí, en la propia era, donde pasaban el verano con trabajos, sudores y alegrías. Hasta allí acarreaban la mies en aquellos carros grandes y panzudos, armados y con mallas, mies  que amontonada en los campos de rastrojo,  esperaba su llegada. Con aquellos "garios" de palo largo en sus manos, y ayudados de fuerza bruta, la cargaban y  trillaban, hasta desprender de la espiga, el grano dorado, tan querido ,            


Acuarela original de Eladio Torres. Trabajos en la era de recolección de la cosecha.


Cuando todo aquel ajetreo  terminaba, y llegaba la tranquilidad a los campos, las gentes, los pueblos y también  la era descansaba, y poco a poco, recobraba  su antigua semblanza, y se reverdecía de nuevo con el verde  de las aguas invernales,  y en su descanso, era visitada por curiosos tordos  y palomas, y algunas veces,  hasta pastaban en ella  los rebaños de ovejas.

Aquel aterciopelado verde de la era, viciado de fríos y soles y suavizado de primavera, a finales de abril y primeros de mayo, de la noche a la mañana, se ve sorprendida por el silvestre brotar  de diminutas y hermosas flores blanquecinas, las mayas, las flores de las eras, las flores de mayo y, decían entonces, que ya la era, mayeaba. De pétalos blanquecinos y corola blanca, adornada de rojo, de centro amarillento y  olor a primavera,, en desorden y plena libertad, en pequeños corros, adornaban  la era, margaritas mayuelas para la Virgen. A veces, eran tantas, que la era parecía que había sido cubierta con un gran mantel blanco, y los niños, atraídos por esta novedad, acudían a ella, y algunos, en juego infantil, arrancaban uno a uno sus pétalos, intentando conocer, al finalizar, respuesta a  algunas de sus preguntas. Y allí, con mucha paciencia, cortaban con rabo largo cada una de ellas y formando pequeños ramilletes, aquellas cuadrillas de muchachos se dirigían, con alborozo, al pequeño altar que en la plaza de su barrio habían construido,  presidido por una rústica cruz armada con algunos palos, la cruz de mayo.

   Esa era la Fiesta de la Cruz de Mayo en muchos de nuestros pueblos castellanos, donde una flor, sencilla y vistosa, de pequeño porte y blanquecino cuerpo, la primera en florecer, era el regalo que niños y niñas  de aquellas épocas, hacían a la Virgen, en el mes de las flores, el mes de mayo.


José Herrero Vallejo




domingo, 29 de mayo de 2016

Días de otoño campesino


DIAS DE OTOÑO CAMPESINO

                                                en recuerdo de Juan Antonio Zabala Goiburo  
                       
Una tarde del verano tardío, llegaron  a estos campos fríos vientos del norte, y el cielo raso y azul, sorprendido, dejó paso a  nubes negras. Al anochecer llovía mansamente, y en la oscuridad, se oía el  pausado  caer de las gotas de lluvia, su romper sobre las empedradas aceras y calzadas  de este pueblo castellano.
Cuando el sol quiso salir de nuevo por los altos de Terredondo, ya las nubes negras se habían ido y volvía el cielo gozoso a recobrar el brillo y la viveza que da la luz del día. Y así, nubes negras y sol radiante se fueron turnando  un día con otro arriba, en lo alto, y al final, ya nada en estos campos fue igual.
Los ardientes y resecos amaneceres,  parece como si ahora se hubieran dulcificado. La luz es menos luz y los rayos han perdido la fuerza juvenil, todo es un poco más gris, más sosegado. Es el  cambio, la templanza, es el adiós de un verano caluroso que algo cansado, deja paso a un otoño juvenil, al otoño de la meseta castellana.
El fuerte color veraniego de los campos,  se fue con los días desgastando, y ahora parece como si  se hubiera igualado con el cielo, y todo tiene un mismo tono, un colorido tenue y apacible, como el que no pide nada.
La tierra parece ahora menos tierra. Las aguas otoñales, han suavizado su piel, le han quitado fortaleza y al atardecer, no se la llevan consigo, como antes  lo hacían, en  alocada carrera, vientos y torbellinos. Su pardo color se ha ennoblecido, el suspiro de las aguas han oscurecido los campos y la tierra asurcada,  se llena de brillantes reflejos. El campo huele a tierra mojada, a tiempos de sementera.
Ya los rastrojos perdieron su recia textura y blanquecino color, y  los cardos de caminos y veredas, vigorosos y arrogantes, se muestran  marchitos y decaídos, arrugados y sin flores y  también aquellos otros  que  corrían  errantes y alocados, impulsados por el viento  y que ahora, envejecidos, permanecen quietos, sujetos a  su último destino.
 Protegidos del arado labrador, en ribazos y valladares, algunos arbustos espinosos que vistieron flores blancas en verano, muestran ahora  frutos enrojecidos de sol, de aires otoñales.
Los escasos viñedos, dieron también su fruto, y despreocupados, languidecen al lado de cabizbajos campos de girasoles, que a veces no se quieren y se dejan abandonados, porque ellos no son de aquí, vinieron por necesidad,  como si fueran un regalo necesario.


Una tarde del invierno tardío, llegaron a estos campos fríos vientos del norte...y el cielo raso y azul, sorprendido, dejo paso a nubes negras... (Fotografía: Paco Infante)

A los altivos chopos de lindes y arboledas, les ha vestido el tiempo de dorados colores y ahora llorosos,  desprenden sus hojas como lágrimas que  lleva el viento, con la ilusión de que otras nuevas, tal vez, de nuevo volverán.
En llanos y laderas, los abundantes barbechos,  enrojecidos de soles veraniegos y condimentados  de viento y  agua, colmados de fertilidad, esperan impacientes  el advenir de la sementera, para recibir de nuevo la acaricia de la reja labradora y recoger en su seno, la codiciada semilla.
Nubes de grises, entreveradas con tibios  rayos de sol, húmedos vientos y templadas aguas del cielo, invaden ya estos campos anunciando que ha llegado otra vez el otoño. Otoños que van y que vienen,  surcando el destino de nuestras vidas, dejando en nuestros corazones, el querido recuerdo  de aquellos que  se fueron.    
José Herrero Vallejo

Sus troncos desnudos de hojas que llevó el viento, esperan impasibles los fríos del invierno.

viernes, 27 de mayo de 2016

Gentes, campos y despoblación


GENTES, CAMPOS  Y DESPOBLACION


En estos parajes de Campos, donde todo lo que se ve es tierra, encontraron muchas gentes, en tiempos ya remotos, un medio de subsistencia y de vida, y los amplios espacios se fueron  llenando, al compás del tiempo,  de manos labriegas que  laboreando con sudor y esfuerzo, dieron durante siglos gloria y riqueza a estos pueblos castellanos. El trigo, el grano dorado, llenaba estómagos y paneras y era tanto, que alguien llamó a  estas tierras  el granero de España y sus campos necesitaban tanta ayuda, que otros venían de fuera, y se quedaban aquí, y familias numerosas eran la alegría de la estepa castellana. Y así,  Tierra de Campos fue una comarca conocida y admirada.

Entretenidos en su rutinaria preocupación de atender las necesidades del campo, aferrados estos pueblos agrícolas a su quehacer diario, alejados durante años de otro pensamiento que no fuera el esfuerzo corporal, y en su tradicional despreocupación, empezaron a darse cuenta un  día de que el mundo avanzaba, porque llegaron a sus casas aperos y maquinarias que mejoraban las labores del campo y despedían a la vez a manos trabajadoras. Y esta modernización trajo consigo la primera  gran despoblación, despoblación silenciosa que se llevó por delante a miles de familias y trajo tristeza y preocupación.

 La tragedia había comenzado, pues estos pueblos, abandonados a su suerte, sin ideas ni proyectos, siguieron ajenos  labrando el campo como siempre lo habían hecho, haciendo barbecho y más barbecho, pero cada vez con máquinas más potentes y cuanto más potentes,  menos gentes  necesitaban.

 La Administración, satisfecha, publicaba estadísticas que se aproximaban a los índices de ocupación agraria europea y ello significaba progreso, pero cuando se quiso dar cuenta, comprobó que los pueblos se habían quedado vacíos y se inició entonces una carrera por frenar la despoblación. Se desarrollaron proyectos con importantes inversiones, promocionando aspectos poco acertados y que no les son propios, que no arraigan en ellos a pesar de los altos presupuestos consignados. Los pueblos mejoraron en infraestructuras, servicios, etc. y cuanto mas mejoraban, más gente los abandonaba, no se habían creado con estos desacertados proyectos, puestos de trabajo.  

 Los pueblos de Tierra de Campos son, y serán siempre, aunque no se quiera, pueblos agrícolas, pues su único patrimonio es el campo, inmensos campos de cultivo situados en una estepa ingrata, donde predomina el frío viento del norte y en donde  una caprichosa climatología  riega a su antojo los sembrados. La actividad de estos  pueblos  ha sido siempre así  y así seguirá siendo, pues es imposible cambiar o modificar  el color pardo de la tierra y el color azul del cielo y es inútil pedirles, como al olmo, algo que no pueden dar. Se sabe que los municipios más agrarios son los menos dinámicos, pero el dinamismo no radica en la tierra, sino en los hombres. Por eso es necesario mejorar y fomentar la formación de las gentes, ese capital humano que convenientemente dirigido, con conocimiento del medio y sabiendo lo que quiere, será capaz de conseguir riqueza y bienestar, pues no cabe la menor duda de que el campo está ahí, y de una u otra forma, ofrece enormes posibilidades que es necesario conocer.

 Hoy la agricultura es una actividad que exige altas inversiones y ello lleva parejo, como toda actividad de estas características, imaginación que se apoye a su vez sobre una profesionalidad adquirida en el estudio y en el conocimiento y no en la tradición,  en hombres y gentes preparadas, cualificadas para este trabajo, que hablen con propiedad y sepan de que hablan y que comprendan, como así lo harán, cuando el saber llegue a ellos, que la asociación, el trabajo en equipo es el único medio que les permitirá emprender grandes proyectos para sacar de la tierra la riqueza que hoy esconde.


José Herrero Vallejo



jueves, 26 de mayo de 2016

Arisca primavera castellana



ARISCA PRIMAVERA CASTELLANA

a mi amigo Miguel Ángel Torres
   
 En estos lugares castellanos, tan alejados de  mares y  cercanos de cielos, tan solitarios y olvidados, gustan los inviernos de permanecer aquí más tiempo y  con avaricia, se muestran  tenaces y violentos. Dicen que se van, y sin marcharse, celosos  de fragancias y sosiegos, abusan impenitentes de su bruto poderío, y los campos,  arrugados y ateridos, se defienden de escarchas y de hielos tardíos, de vientos y de  fríos.      
 Pero cuando los días primaverales van siendo más tiempo luz, y las noches  pierden oscuridad, cuando el sol gana altura en el cielo  azul,  los inviernos derrotados se retiran, y los sembrados, aliviados,  reverdecen de  alegría.
 Altozanos, laderas, hondonadas y  hasta los mismos baldíos, participan de tan verde algarabía, y los cardos silvestres y semillas perdidas, en medio de los sembrados metidos, crecen desafiando los verdes intereses campesinos.
La joven primavera, enloquecida de tanto campo, desconcertada de tanta vida, no acierta a comportarse. Un día toda ella es lluvia, y al siguiente todo sol, y algunas madrugadas hasta trae escarchas y hielos que producen en el sembrado desasosiego y terror. Otras tardes, sin quererlo, los cielos de nubarrones se encapotan, los campos se oscurecen, los aires se hacen ráfagas de  viento y llegan chaparrones y aguaceros, acompañados de relámpagos y truenos.


...  los cielos de nubarrones se encapotan, los campos se oscurecen, los aires se hacen ráfaga de viento...y llegan chaparrones y aguaceros.. Foto: Paco Infante
 Y entre nubes y soles, entre fríos y calores, va la primavera marchando, y generosa, con agua de lluvia, los campos de jugosos verdeclaros, de ricos verdemares, con sonrisas, va  ilusionada   pintando. Y ellos,  de verde  festival  revestidos,  de agua, viento y sol fortalecidos,  entallados y floridos, caminan lentamente, sin ser tal vez advertidos, que crecer es perder alguna vez,  aquel  verde juvenil tan querido.
 Ariscas primaveras, que vienen a estas tierras cargadas de invierno y se van llenas de sol, que llegan de verde y se marchan  de dorado, sean siempre  a estos campos de labranza  bienvenidas, no importa que lo hagan a trozos, a retazos, a golpes, de mil formas o caprichosas maneras.
Pero  ellas también pasan, como todo lo de aquí. y muchas se van vacías porque su espíritu se  quedó en los campos bruñidos de sol y lavados de agua, en los mantos de flores,  estampados de rojas amapolas, en el alma agradecida  de los que recibieron la generosidad de los que supieron dar todo lo que tenían.



José Herrero Vallejo



miércoles, 25 de mayo de 2016

Lamentos campesinos


LAMENTOS CAMPESINOS


Si uno no conociera  bien esta  comarca agrícola de Tierra de Campos, tendría la sensación,  al recorrerla por caminos y carreteras, en esas  mañanas  soleadas de viento ligero y fino, tendría, digo, la sensación de estar, a primera vista, frente a  unas tierras  de cultivo  ricas y prósperas,  bien dotadas para estos menesteres que  con seguridad.  colmarán a sus cultivadores de cierto bienestar económico.

Parece que aquí, en estos campos, todo está bien preparado para la actividad  agrícola, y produce  cierta satisfacción, el comparar este territorio con otros lugares y pueblos agrícolas de España, donde las cosas no son así, y todo son dificultades para los mismos fines. Predominan aquí  los espacios naturales abiertos, en donde inmensos campos de labor se pierden en la lejanía,  sembrados despejados y limpios, sin estorbos, sin baldíos, ni espacios perdidos, todo entra en el cultivo. Tierras sueltas de fácil labrar, tremedales, barriales, recias arcillas de variopintos colores, cascajares  y demás, alternan en una superficie monótonamente llana que se prolonga  con altozanos y hondonadas, amplios valles y vallejuelos, arroyos y arroyuelos que  en invierno ejercen de ríos y recogen las aguas sin dañar a los cultivos, como antes sucedía. Holgados caminos facilitan al viajero poder  llegar con facilidad a las amplias parcelas de cultivo, en donde las labores se realizan con grandes medios mecánicos que ofrecen comodidad y hasta confort, sin fríos ni barros en las botas como antaño, y la  recogida de  la cosecha, en otros tiempos penosa,  pasa hoy casi desapercibida.

Sin embargo, parece que esto no es así, que no es oro todo lo que reluce, que la belleza de estos campos no se corresponde con la realidad que ofrece a sus trabajadores. Dicen que la agricultura que aquí se practica no da para todos, que la propiedad de la tierra está muy repartida y la mayor parte de ella está arrendada a  trabajadores del campo, que con potente maquinaria, tratan de conseguir los objetivos básicos que  atiendan  a sus compromisos.Entre subvenciones y  cosechas,  unos y otros, más o menos,  se arreglan y así, de esta forma, esta comarca, mostrándose continuamente  descontenta, se mantiene perdiendo en una situación de espera, en un mundo que se mueve. Parece que aquí el tiempo se ha estancado, sin que nadie se haya dado cuenta de  que  el campo  no  necesita ahora  de esfuerzos corporales como único medio a aportar. Lo que antes era esfuerzo y padecer humano, ahora se ha convertido en otra forma de pensar y actuar, quizás estamos en esa situación intermedia. en que lo que tenemos. no nos sirve y lo que necesitamos no lo tenemos.

Y esto que no tenemos. es lo que hay que buscar y conseguir, pues no hay duda de que estos campos  agrícolas son mejores que otros muchos y ofrecen con seguridad grandes posibilidades, pero quizás no están hoy en día lo suficientemente entendidos, aunque sí  conocidos, y la estructura y entresijo económico y social que los atiende, no son probablemente hoy lo que  este campo necesita. Estamos en tiempos de transición y por ello un tanto desorientados, pretendemos, dando bandazos, encontrar nuestro norte.

Y el norte lo tienen que buscar gentes entendidas y formadas, respaldadas por un conocer y saber más allá de lo que es el conocimiento tradicional, que ya no sirve. Conceptos e ideas nuevas son las que hay que aportar con visión real, nacidas del estudio, de la investigación, apoyados por los centros de saber en este terreno,  lejos de visionarias políticas de contento, de proyectos cuyos beneficiarios son otros y así tantas cosas.

No se entiende hoy en día la figura del agricultor solitario que hace y deshace  a su entender o antojo, descolgado del mundo empresarial, trabaja en su explotación mientras otros descansan, que mantiene creencias que no son las de hoy, que sigue consignas que son las de otros y agobiado por un trabajo que escatima rentabilidad, pretende encontrar en la subvención un medio para salir adelante, desconociendo el viejo refrán de su tierra, de  que  las prebendas  son  pan para hoy y hambre para mañana.

Pero es la independencia personal en su trabajo  la que defiende el agricultor de Campos por encima de todo, no admite consejos,  desconfía de todos y se cree suficiente sin querer saber nada de nadie. El feroz independentismo  que sufre esta tierra, la desconfianza en el vecino, impidem que no brille este sector agrícola productivo como otros sectores, que encontraron en el diseño empresarial, en el entendimiento del trabajo en común, una forma de prosperidad, aunque ello  suponga siempre riesgo, confianza y esfuerzo intelectual.


José Herrero Vallejo



martes, 24 de mayo de 2016

Los vientos de la despoblación rural


LOS  VIENTOS  DE LA  DESPOBLACIÓN RURAL


Llegaron entonces los tractores a estos pueblos agrícolas de Tierra de Campos,  y  cada uno de ellos rendía  lo que diez hombres con sus diez pares de mulas. Y  también llegaron  máquinas  cosechadoras de trigos y cebadas y un sin fin de aperos y modernidades y, con poca ayuda, lo hacían todo. Se quiso eliminar el minifundio, la dispersión de parcelas y se iniciaron grandes y costosos proyectos de concentración parcelaria, y parecía que este esfuerzo económico iba a  ser suficiente para rentabilizar nuestro medio de vida.

Los trabajadores agrícolas perdieron poco a poco sus jornales, y las familias, contrariadas, emprendieron el camino del Norte, necesitado de gentes,  y con su huida,  comenzaba la despoblación de esta  laboriosa  comarca. Se iban  porque esta tierra no les podía alimentar,  y los políticos locales de la época, alarmados por esta sangría, instaron a niveles superiores y creyeron encontrar en la utilización del agua, en el regadío de estos campos, secos y polvorientos, la solución a estos problemas, al mismo tiempo que  se fomentaba la practica de asociaciones y cooperativas como remedio a tanto mal.

Pero ni los costosos y polémicos regadíos, incapaces de ofrecer  rentabilidad, expuestos a las inclemencias climáticas de una meseta situada a gran altura sobre el nivel del mar, en donde solamente los cultivos herbáceos son posibles, ni los grandes presupuestos destinados a la  financiación de asociaciones y cooperativas, en una tierra de feroz individualismo, consiguieron sus objetivos. A pesar de ello se siguió apostando por esta comarca, con agrado y satisfacción de vecinos, y numerosos proyectos e importantes inversiones se realizaron en los pueblos, de tal forma, que nunca antes estuvieron dotados de tantos servicios y mejoras, y a los ojos de los visitantes, aparecen incluso, muchos de ellos, atractivos y de cierta belleza. Sin embargo, y frente a todo pronóstico, la despoblación continuaba avanzando, pero parecía que todo iba a cambiar con la entrada en la Unión Europea y surgen entonces esperanzas que se acallan con subvenciones indiscriminadas al campo, al hacer y no hacer, y unos se aprovechan de estas situaciones y otros pagan las consecuencias,  y las compensaciones económicas dirigidas a la promoción y mejora de cultivos, encuentran otros destinos de naturaleza urbana y las gentes, voluntariamente, se despiden de sus pueblos.

Dicen los sociólogos que nunca antes, en la historia de la humanidad, ha vivido tanta gente en las ciudades, nunca antes ha existido tanta emigración rural, emigraciones la mayor parte procedentes de comarcas agrícolas marginales incapaces de ofrecer a su cada vez mas necesitados  habitantes, las exigencias personales que solicitan, sean de carácter laboral, social o lúdico. Siguen diciendo los sociólogos que estos movimientos son a veces imprevisibles, y que tienen lugar en épocas de grandes cambios en el orden mundial y que son corrientes imparables que los gobiernos  no pueden detener, especialmente en aquellos lugares donde la gentes no están preparadas para afrontar tales acontecimientos.  

Muchas e importantes inversiones han realizado las diversas administraciones en esta Tierra de Campos a lo largo de los últimos cincuenta años, y nunca antes de ahora  han estado estos pueblos tan embellecidos y  cuidados en todos los aspectos, como lo están hoy en día. Pero a pesar de todas estas ilusiones y esfuerzos, nunca antes ha estado esta comarca tan poco habitada. Quizás estas inversiones administrativas fueron proyectadas con visión  más política que real, no han sido siempre lo acertadas que debieran, fueron desviadas atendiendo a otros aspectos secundarios más de moda,  y sus frutos reales han sido escasos. Y han sido escasos porque no han creado puestos de trabajo en relación con el único patrimonio que tiene esta comarca que es el campo, la agricultura, la ganadería e industrias derivadas. El espíritu de nuestras gentes del campo no se ha modificado, sigue siendo el de antes, no han recibido la formación e información que debieran para adaptarse al cambio mundial que ha experimentado esta actividad y han terminado pendientes de engañosas subvenciones para adquirir, entre otras muchas cosas, una costosa maquinaria que beneficia a un sector y a ellos los hunde cada vez mas. No se ha invertido en capital humano, no se ha  estudiado lo suficiente, no se han creado modelos de investigación experimental en el  orden asociativo amparadas por la administración. Se ha abandonado a las gentes, pero no a los pueblos, por eso ahora son las gentes las que abandonan a los pueblos. Quizá aquí había que decir aquello que alguien dijo  “no les des pescado para comer, dales cañas para que aprendan a pescar”. 


José Herrero Vallejo





lunes, 23 de mayo de 2016

La palidez de Tierra de Campos


 LA PALIDEZ DE TIERRA DE CAMPOS


      Dicen los que saben, los que conocen estos campos,  que el pardo color de la tierra y el intenso azul celeste de la vieja Castilla, van perdiendo con los siglos, con los años, el fuerte colorido del pasado, y  que  se la ve  palidecer,  como aquellos que van perdiendo fuerzas, que sienten el peso de los años, y ya no tienen ganas de vivir.
Ancha es Castilla y aunque el sello que identifica a sus tierras y a sus gentes, tenga su mismo color, su mismo sabor, verdad es que algunos lugares de su cuerpo, en otros tiempos generadores de ímpetu y energía, muestran ahora debilidad y poca fuerza.
Y es aquí, en el gran descampado de Tierra de Campos, donde  Castilla se ha sentido siempre más castellana, en donde precisamente esta palidez se ve con más facilidad y se nota con más incidencia, con más gravedad.
Arrastra esta comarca castellana, desde hace  algún siglo, una enfermedad que no la deja crecer, y  la debilita y la corroe interiormente, pues su pulso, en otros tiempos acelerado, ahora es lento y pausado, como si fuera el de un corazón cansado de latir.
Los que conocen el pasado y viven su presente, se atreven a decir, que es la enfermedad del olvido, de la desidia, del cansancio, de la fatiga que da la edad. Es una  enfermedad, dicen, que padecen aquellos pueblos que, en otros tiempos ricos y laboriosos, armados de generosidad, dieron todo lo que ellos tenían y ahora se sienten solos y abandonados, desgastados por el roce de los siglos. 
Tiempos de grandeza corrieron largamente por estos campos y en la inmensidad de sus tierras, en la aridez de sus llanuras, en la sequedad de sus pedregosos páramos, en las alturas de sus alcores, de sus oteros, en las verdosas riberas, en los valles, en todas ellas dejó el pasado, una huella de esplendor y riqueza.
Sus castillos, sus murallas, sus torres, sus palacios, sus casas blasonadas, sus signos de identidad, hace tiempo que se fueron, que les dejaron ir. Con ellos se fueron también sus esplendores y grandezas, los recuerdos de aquellas gentes principales, gentes de estas tierras que forjaron los destinos de medio mundo
Los vientos  se llevaron  muchos sones y melodías del pasado,  las aguas arrastraron usos y costumbres arraigados en la tierra, los soles veraniegos quemaron ideales, los gélidos fríos de largos inviernos enfriaron la sangre caliente de sus moradores, las luchas estériles arruinaron sus despensas, los encantos urbanos arrastraron a las gentes del campo, los...
      Y así, entre atropellos y desmanes, con desidia e indiferencia, estos pueblos han ido perdiendo a jirones aquello que tenían, aquello que les habían dejado y sin añoranza, han permanecido confundidos y desanimados, y tal vez perdidos en este mar de tierra parda, como si fueran viejas naves al pairo, cada día mas escasas de marineros, a merced de los vientos dominantes.
Muchos justifican estos hechos, afirmando que los tiempos modernos arribaron a estos pueblos  tan deprisa, tan corriendo, que estos pedazos de la geografía castellana, tan orgullosos de ellos mismos, tan tradicionales e individualistas, tan desprotejidos, no pudieron reaccionar frente a esta avalancha de lo nuevo. 
 Avergonzados de tanta antigûedad, de tanta piedra labrada, de tapiales, adobes y entramados de madera, de rancias  canciones, se divorciaron del pasado y encalaron las paredes de sus templos, enrasaron los techos de sus casas, escondieron las imágenes de piedra y muchos abandonaron las labranzas y se fueron  a tierras de jornales, y los que se quedaron, olvidaron pronto usos y costumbres del pasado. Y así fueron pasando los años, perdiendo cada día algo de aquello que había costado sacrificio y trabajo, pero tenía que ser así, así fue y así está siendo.
Lo poco que ha quedado de su hermosa arquitectura, dicen, no se puede mantener y  algunos pueblos exhiben sus torres, en otros tiempos altivas, desmanteladas y descarnadas, en ruina y decadencia y allí donde estaba la casa blasonada, ocupa hoy otras de gustos dudosos, la fuente milenaria de tosca piedra, sustituida por otras de piedras artificiales y así, tantas cosas. Parece como si el gusto del suburbio hubiera llegado a estos nobles pueblos castellanos, que han dejado de ser nobles, para incorporarse cada vez más al paisaje de la nada, al paisaje de los hombres  venidos a menos.
Pero en este desasosiego, en este agobio, existe hoy un atisbo de esperanza. Parece como si quisiera el sol de nuevo brillar en estas tierras. Algunas gentes de hoy, gentes de empuje, y muchos de los   que hoy son jóvenes, se han dado cuenta del tesoro perdido, de los tesoros que vamos perdiendo. Tesoros que otros pueblos no tienen y tratan de fabricarlos con edificios espectáculo, que no son nada más que eso, bellezas sin alma, sin el contenido que por aquí, en otros tiempos nos sobraba, aunque a nosotros nos falte hoy, lo que a ellos, ahora, les  sobra.
Están surgiendo,  en toda esta meseta, asociaciones culturales, grupos dispuestos a entablar una lucha para conservar lo que es de ellos, lo que es  nuestro, con la firme convicción, de que recuperar el pasado, ayudará a afrontar el futuro, un futuro que no se entiende si en él no esta presente un ayer, y así, con el esfuerzo de hoy, estos pueblos podrán seguir enseñando  mañana, su noble tarjeta de visita.

Jose Herrero Vallejo


domingo, 22 de mayo de 2016

Campos insolidarios


CAMPOS INSOLIDARIOS


           Algunas  gentes de estos pueblos agrícolas de la meseta castellana, al igual que otras muchas que viven en otros lugares de esta gran piel de toro, nunca están conformes,  y con un espíritu negativo, muestran continuamente su  contrariedad. Otras veces, las más, acostumbran inconscientemente a encontrar algún culpable de las situaciones difíciles,  y de esta forma, se tranquilizan y resuelven su desasosiego. No participar, ni colaborar  desinteresadamente en la comunidad, es norma habitual, pues  se supone que alguien determinado puede ser beneficiado de ello, y se practica con asiduidad  el suponer  la obligación que tienen otros de resolver los problemas de los demás, y acusarlos, además, de incompetentes. Siempre hay motivos de enfrentamientos, y la amistad se fractura con facilidad y cierta frecuencia, unas veces porque unos se creen que han sido motivo de desconsideración por parte de otros o bien por todo lo contrario, aunque con frecuencia se recompone sin dificultades.

Se practica con asiduidad la desidia y el desinterés, pero se protesta desairadamente cuando no se consiguen los objetivos en cuya gestión ellos no han participado, ni tan siquiera conocen. Es decir, echar la culpa a otros, generalmente a aquellos que por los motivos que sean no  gustan, es una costumbre aquí muy arraiga.

No se consiente que vecinos conocidos de siempre, alcancen situaciones económicas o sociales superiores a su condición anterior y tal intranquilidad, se justifica acusándole de participar o conseguir  algo casi siempre ilegal. Cuando estos vecinos, siempre disconformes, participan en algún asunto de la comunidad, son reivindicativos e impositivos y no buscan el diálogo y las buenas maneras, sino imponer ante todo su criterio.

Algunos dicen que esta forma de ser, de actuación frente al vivir, es obra de un pasado, de las penas y dificultades, de cuando  vivir era más difícil. Otros dicen que de alguna forma hay que ser, y aquí a muchos les ha tocado ser así, que la sequedad de los campos, la aridez de la tierra, los fríos y los calores extremos han mellado  su interior Que el único medio de subsistencia ha sido aquí el trabajo del campo, el laboreo de una tierra arisca que nunca ha dado nada si no es a cambio de esfuerzo humano, que nunca ha sido generosa y las gentes pegados a ella, han tomado su color.

Los analistas estudiosos de estos asuntos referidos al modo de decir, de hacer y de ser, dicen que todo ello se encuentra inculcado en lo que se llama carácter, que es aquello que se hace, que se va elaborando, que se va adquiriendo inconscientemente, que lo transmite el ambiente, aquello que no es heredado.

Estos comentarios son algunas conclusiones parciales de las muchas a las que ha llegado  un grupo de expertos y analistas sociales, de antropólogos y amantes de nuestra tierra, que se reunieron en la capital de España hace ya unos días, para estudiar el fenómeno de la despoblación de nuestros pueblos agrícolas. Todos coinciden en la gran riqueza de los campos agrícolas de Tierra de Campos, de las   infinitas posibilidades agrarias de su único patrimonio que es el campo y culpan directamente de este caos, del gran  deterioro y despoblación rural, entre otras cosas, al feroz individualismo que existe entre las gentes de esta comarca agraria, que impide una adecuada y correcta explotación comunitaria de la tierra y sus frutos. Señalan que los actuales hombres del campo desconfían de la misma tierra, de sus labores, del clima, de la cosecha y ello les lleva también a desconfiar de los demás y siendo su profesión agricultores, no es posible que en estos medios  fructifiquen las llamadas cooperativas, unión de esfuerzos y de confianzas, de trabajo en equipo que  en la actualidad son  las únicas modalidades que permiten incidir en el mundo de la economía agraria.
           
Concluyen, aconsejando a la Administración, que los nuevos proyectos e inversiones económicas  en Tierra de Campos, no vayan como hasta ahora dirigidas a ilusionar al personal, deben de ser dirigidos a la formación profesional de estas gentes, a fomentar la vocación de emprender, ya que serán ellas en definitiva las que con su conocimiento y profesionalidad, devuelvan a esta tierra la riqueza que le corresponde.


José Herrero Vallejo




Las candelas palentinas


“LAS CANDELAS” PALENTINAS


Iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Calle, patrona
de Palencia, también llamada "de la Compañía".
El mundo rural de esta estepa castellana, espera siempre, con cierta ansiedad, la llegada del día que denominan "Las Candelas" o "Candelaria", que es justamente el día dos de febrero. Y es así, porque la llegada de Candelaria a estas tierras, parece como si trajera un pasaporte hacia el buen tiempo, hacia un clima más benigno, pero siempre que haya suerte, pues la tradición milenaria, reflejada en refranes, asevera : “Si la Candelaria llora el invierno va fora, si la Candelaria ríe el invierno sigue”. Y es que aquí, en esta región, si “Candelaria ríe”, continúan las heladas nocturnas invernales que congelan el ambiente, atemorizan a las gentes, campos y sembrados, pero si “llora”, si llueve, el ambiente es blando y apacible. De todas formas, la Candelaria es la antesala de la primavera y así se celebra.

Y en la ciudad de Palencia, ese día, es fiesta patronal, festejan a la Virgen de las Candelas, que es venerada aquí, desde muy antiguo y su denominación o nombre primitivo, tanto de la imagen, como el de la ermita donde se encontraba la Virgen, así como el de la Cofradía que la sustentaba, recibían entonces el nombre de Nuestra Señora de las Candelas. En esta pequeña ermita de otros tiempos y de la que hablamos, situada entonces en la calle San Bernardo de la ciudad de Palencia, existían desde principios del siglo XV dos figuras o imágenes de la Virgen, una llamada la pequeña o de los milagros, situada en el altar mayor y propiedad del Cabildo y otra propiedad de la Cofradía, situada sobre la puerta de entrada, en la calle. Dicen las gentes, que los lugareños de aquel entonces, se detenían brevemente a saludar a esta imagen cuando pasaban por esta calle, y si tenían prisa o las puertas del santuario estaban cerradas o llena de gente, no entraban en la ermita, lo cual contribuyó con el tiempo a que fuera sustituyéndose la primitiva denominación de Nuestra Señora de las Candelas, por la de Nuestra Señora de la Calle.

La proclamación oficial como Patrona de Palencia capital, ya con este nombre popular, fue realizada por el Papa Pio XII mediante un Breve en 1947, siendo obispo el Dr. Lauzurica, año en que se erigió también la cofradía del mismo nombre, con su mayordomo, cofrades y camareras. La coronación canónica de la imagen tuvo lugar el 8 de junio de 1952, siendo obispo el Dr. Souto Vizoso.

Esta pequeña imagen es una talla en madera policromada del siglo XV, de autor desconocido, llamada también, popularmente, la "Morenilla", sobre la que no faltan leyendas acerca de su procedencia.

Se venera en la actualidad en la iglesia de la “Compañía”, denominada popularmente así por haber pertenecido anteriormente a la Compañía de Jesús, aunque actualmente es más conocida como de la Virgen de la Calle, en donde recibe culto desde 1.769 y a donde fue trasladada, cuando los jesuitas fueron expulsados de España por el rey Carlos III, al demostrarse su intervención en el famoso levantamiento del pueblo contra el marqués de Esquilache y por este motivo, al ser abandonada dicha iglesia en 1.764, fue reutilizada entonces por el cabildo, como parroquia santuario de la imagen de la que era denominada entonces, Nuestra Señora de las Candelas.

Se celebra su festividad el día 2 de Febrero y comienza por una misa con bendición de las candelas o velas en su santuario y después, en solemne procesión, acompañada por su cofradía y por cientos de palentinos portando las candelas. La comitiva se dirige a la catedral en donde tiene lugar una misa solemne con asistencia del obispo, cabildo, religiosos y religiosas, cofradías y autoridades civiles y el pueblo entero y el alcalde de la ciudad hace la ofrenda a la Virgen. Después, matanza del cerdo en la plaza mayor y degustación por la tarde de sus productos, "chichurro", morcillas, torreznos como recuerdo de la antigua usanza, propiciada ya por los romanos.

Ha sido de siempre curiosidad, el conocer el origen y significado de estas fiestas de las candelas, y adentrándose en su conocimiento, dicen los investigadores que tuvo su origen en la antigua Roma, donde la procesión de las candelas formaba parte de la fiesta llamada de “los lupercales”, precisamente en estas fechas del mes de febrero. Su nombre deriva supuestamente de lupus (lobo), y conmemoraba la estancia de los gemelos Rómulo y Remo en la gruta llamada “lupercal” asentada en el Palatino, una de las siete colinas de Roma, donde fueron amamantados por el fauno “Luperco” tomando la forma de una loba. Esta fiesta la realizaban los “lupercos”, gente joven que a manera de sacerdotes, en estas fechas, blandiendo tiras de cuero procedentes de la piel de animales sacrificados por ellos mismos, azotaban a la gente, lo que equivalía a un acto de purificación, acompañado de teas y cirios y antorchas encendidos con cánticos y letanías, pidiendo protección contra la muerte y a favor de la fertilidad, recibiendo este acto o acontecimiento el nombre latino de februatio, de donde dicen algunos historiadores que el nombre de este mes de febrero procede posiblemente de estos hechos.

Con el paso del tiempo, el papa Gelasio I prohibió y condenó en el año 494 esta celebración pagana de los Lupercales, y se sustituyó por una procesión de candelas, acompañada de cánticos y letanías de claro sentido cristiano.

Años más tarde, se cree que en el siglo X, a esta celebración incorporó la iglesia católica la liturgia de la Presentación del Niño Jesús en el Templo y Purificación de la Virgen, que tenía que realizarse en un plazo de 40 días después de Navidad, según la ley de Moisés, lo que corresponde exactamente al 2 de febrero, permaneciendo en esta fecha la costumbre procesional, acompañada de cirios encendidos y bendecidos, y era costumbre que, los que no llegaban a consumirse, se llevaban a las casas para encenderlos en casos de peligros, tormentas etc.

Hay que decir, para comprender mejor las cosas, que la palabra candelaria, procede del mundo latino y significa arder, brillar con blancura por efecto del calor desprendido, y procede del verbo “candere”, recibiendo en nombre de candela en el mundo cristiano a todo aquello que arde y da luz.

La fiesta de la Candelaria, como ya hemos dicho, es un punto intermedio entre el principio y el final del invierno, y a este santoral se ha unido de siempre, como punto de referencia, las labores y actividades agrícolas, haciendo referencia a la climatología, con la esperanza de la retirada de los fríos, lo cual se recogía en numerosos refranes populares que quieren acertar o predecir la climatología, partiendo de esta fecha.

“Por la Candelaria ya ha crecido el día una hora entera” “En febrero busca la sombra el perro” y… bueno por “San Blas la cigüeña verás y sino la vieres años de nieves” y otros muchos, y ello es verdad, pues, entre otras cosas, era costumbre entre las gentes del campo, restringir los contratos de pasto para el ganado, pues a partir de estas fechas, en los prados brotaban ya hierbas nuevas.


José Herrero Vallejo