LA PALIDEZ DE TIERRA DE CAMPOS
Dicen los que
saben, los que conocen estos campos, que
el pardo color de la tierra y el intenso azul celeste de la vieja Castilla, van
perdiendo con los siglos, con los años, el fuerte colorido del pasado, y que se
la ve palidecer, como aquellos que van perdiendo fuerzas, que
sienten el peso de los años, y ya no tienen ganas de vivir.
Ancha
es Castilla y aunque el sello que identifica a sus tierras y a sus gentes,
tenga su mismo color, su mismo sabor, verdad es que algunos lugares de su
cuerpo, en otros tiempos generadores de ímpetu y energía, muestran ahora
debilidad y poca fuerza.
Y
es aquí, en el gran descampado de Tierra de Campos, donde Castilla se ha sentido siempre más
castellana, en donde precisamente esta palidez se ve con más facilidad y se
nota con más incidencia, con más gravedad.
Arrastra
esta comarca castellana, desde hace
algún siglo, una enfermedad que no la deja crecer, y la debilita y la corroe interiormente, pues
su pulso, en otros tiempos acelerado, ahora es lento y pausado, como si fuera
el de un corazón cansado de latir.
Los
que conocen el pasado y viven su presente, se atreven a decir, que es la
enfermedad del olvido, de la desidia, del cansancio, de la fatiga que da la
edad. Es una enfermedad, dicen, que
padecen aquellos pueblos que, en otros tiempos ricos y laboriosos, armados de
generosidad, dieron todo lo que ellos tenían y ahora se sienten solos y
abandonados, desgastados por el roce de los siglos.
Tiempos
de grandeza corrieron largamente por estos campos y en la inmensidad de sus
tierras, en la aridez de sus llanuras, en la sequedad de sus pedregosos
páramos, en las alturas de sus alcores, de sus oteros, en las verdosas riberas,
en los valles, en todas ellas dejó el pasado, una huella de esplendor y
riqueza.
Sus
castillos, sus murallas, sus torres, sus palacios, sus casas blasonadas, sus
signos de identidad, hace tiempo que se fueron, que les dejaron ir. Con ellos
se fueron también sus esplendores y grandezas, los recuerdos de aquellas gentes
principales, gentes de estas tierras que forjaron los destinos de medio mundo
Los
vientos se llevaron muchos sones y melodías del pasado, las aguas arrastraron usos y costumbres
arraigados en la tierra, los soles veraniegos quemaron ideales, los gélidos
fríos de largos inviernos enfriaron la sangre caliente de sus moradores, las
luchas estériles arruinaron sus despensas, los encantos urbanos arrastraron a
las gentes del campo, los...
Y así, entre atropellos y desmanes, con
desidia e indiferencia, estos pueblos han ido perdiendo a jirones aquello que
tenían, aquello que les habían dejado y sin añoranza, han permanecido
confundidos y desanimados, y tal vez perdidos en este mar de tierra parda, como
si fueran viejas naves al pairo, cada día mas escasas de marineros, a merced de
los vientos dominantes.
Muchos
justifican estos hechos, afirmando que los tiempos modernos arribaron a estos
pueblos tan deprisa, tan corriendo, que
estos pedazos de la geografía castellana, tan orgullosos de ellos mismos, tan
tradicionales e individualistas, tan desprotejidos, no pudieron reaccionar
frente a esta avalancha de lo nuevo.
Avergonzados de tanta antigûedad, de tanta
piedra labrada, de tapiales, adobes y entramados de madera, de rancias canciones, se divorciaron del pasado y
encalaron las paredes de sus templos, enrasaron los techos de sus casas,
escondieron las imágenes de piedra y muchos abandonaron las labranzas y se fueron a tierras de jornales, y los que se quedaron,
olvidaron pronto usos y costumbres del pasado. Y así fueron pasando los años,
perdiendo cada día algo de aquello que había costado sacrificio y trabajo, pero
tenía que ser así, así fue y así está siendo.
Lo
poco que ha quedado de su hermosa arquitectura, dicen, no se puede mantener
y algunos pueblos exhiben sus torres, en
otros tiempos altivas, desmanteladas y descarnadas, en ruina y decadencia y
allí donde estaba la casa blasonada, ocupa hoy otras de gustos dudosos, la
fuente milenaria de tosca piedra, sustituida por otras de piedras artificiales
y así, tantas cosas. Parece como si el gusto del suburbio hubiera llegado a
estos nobles pueblos castellanos, que han dejado de ser nobles, para
incorporarse cada vez más al paisaje de la nada, al paisaje de los hombres venidos a menos.
Pero
en este desasosiego, en este agobio, existe hoy un atisbo de esperanza. Parece
como si quisiera el sol de nuevo brillar en estas tierras. Algunas gentes de
hoy, gentes de empuje, y muchos de los
que hoy son jóvenes, se han dado cuenta del tesoro perdido, de los
tesoros que vamos perdiendo. Tesoros que otros pueblos no tienen y tratan de
fabricarlos con edificios espectáculo, que no son nada más que eso, bellezas
sin alma, sin el contenido que por aquí, en otros tiempos nos sobraba, aunque a
nosotros nos falte hoy, lo que a ellos, ahora, les sobra.
Están
surgiendo, en toda esta meseta,
asociaciones culturales, grupos dispuestos a entablar una lucha para conservar
lo que es de ellos, lo que es nuestro,
con la firme convicción, de que recuperar el pasado, ayudará a afrontar el
futuro, un futuro que no se entiende si en él no esta presente un ayer, y así,
con el esfuerzo de hoy, estos pueblos podrán seguir enseñando mañana, su noble tarjeta de visita.
Jose Herrero Vallejo
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