lunes, 23 de mayo de 2016

La palidez de Tierra de Campos


 LA PALIDEZ DE TIERRA DE CAMPOS


      Dicen los que saben, los que conocen estos campos,  que el pardo color de la tierra y el intenso azul celeste de la vieja Castilla, van perdiendo con los siglos, con los años, el fuerte colorido del pasado, y  que  se la ve  palidecer,  como aquellos que van perdiendo fuerzas, que sienten el peso de los años, y ya no tienen ganas de vivir.
Ancha es Castilla y aunque el sello que identifica a sus tierras y a sus gentes, tenga su mismo color, su mismo sabor, verdad es que algunos lugares de su cuerpo, en otros tiempos generadores de ímpetu y energía, muestran ahora debilidad y poca fuerza.
Y es aquí, en el gran descampado de Tierra de Campos, donde  Castilla se ha sentido siempre más castellana, en donde precisamente esta palidez se ve con más facilidad y se nota con más incidencia, con más gravedad.
Arrastra esta comarca castellana, desde hace  algún siglo, una enfermedad que no la deja crecer, y  la debilita y la corroe interiormente, pues su pulso, en otros tiempos acelerado, ahora es lento y pausado, como si fuera el de un corazón cansado de latir.
Los que conocen el pasado y viven su presente, se atreven a decir, que es la enfermedad del olvido, de la desidia, del cansancio, de la fatiga que da la edad. Es una  enfermedad, dicen, que padecen aquellos pueblos que, en otros tiempos ricos y laboriosos, armados de generosidad, dieron todo lo que ellos tenían y ahora se sienten solos y abandonados, desgastados por el roce de los siglos. 
Tiempos de grandeza corrieron largamente por estos campos y en la inmensidad de sus tierras, en la aridez de sus llanuras, en la sequedad de sus pedregosos páramos, en las alturas de sus alcores, de sus oteros, en las verdosas riberas, en los valles, en todas ellas dejó el pasado, una huella de esplendor y riqueza.
Sus castillos, sus murallas, sus torres, sus palacios, sus casas blasonadas, sus signos de identidad, hace tiempo que se fueron, que les dejaron ir. Con ellos se fueron también sus esplendores y grandezas, los recuerdos de aquellas gentes principales, gentes de estas tierras que forjaron los destinos de medio mundo
Los vientos  se llevaron  muchos sones y melodías del pasado,  las aguas arrastraron usos y costumbres arraigados en la tierra, los soles veraniegos quemaron ideales, los gélidos fríos de largos inviernos enfriaron la sangre caliente de sus moradores, las luchas estériles arruinaron sus despensas, los encantos urbanos arrastraron a las gentes del campo, los...
      Y así, entre atropellos y desmanes, con desidia e indiferencia, estos pueblos han ido perdiendo a jirones aquello que tenían, aquello que les habían dejado y sin añoranza, han permanecido confundidos y desanimados, y tal vez perdidos en este mar de tierra parda, como si fueran viejas naves al pairo, cada día mas escasas de marineros, a merced de los vientos dominantes.
Muchos justifican estos hechos, afirmando que los tiempos modernos arribaron a estos pueblos  tan deprisa, tan corriendo, que estos pedazos de la geografía castellana, tan orgullosos de ellos mismos, tan tradicionales e individualistas, tan desprotejidos, no pudieron reaccionar frente a esta avalancha de lo nuevo. 
 Avergonzados de tanta antigûedad, de tanta piedra labrada, de tapiales, adobes y entramados de madera, de rancias  canciones, se divorciaron del pasado y encalaron las paredes de sus templos, enrasaron los techos de sus casas, escondieron las imágenes de piedra y muchos abandonaron las labranzas y se fueron  a tierras de jornales, y los que se quedaron, olvidaron pronto usos y costumbres del pasado. Y así fueron pasando los años, perdiendo cada día algo de aquello que había costado sacrificio y trabajo, pero tenía que ser así, así fue y así está siendo.
Lo poco que ha quedado de su hermosa arquitectura, dicen, no se puede mantener y  algunos pueblos exhiben sus torres, en otros tiempos altivas, desmanteladas y descarnadas, en ruina y decadencia y allí donde estaba la casa blasonada, ocupa hoy otras de gustos dudosos, la fuente milenaria de tosca piedra, sustituida por otras de piedras artificiales y así, tantas cosas. Parece como si el gusto del suburbio hubiera llegado a estos nobles pueblos castellanos, que han dejado de ser nobles, para incorporarse cada vez más al paisaje de la nada, al paisaje de los hombres  venidos a menos.
Pero en este desasosiego, en este agobio, existe hoy un atisbo de esperanza. Parece como si quisiera el sol de nuevo brillar en estas tierras. Algunas gentes de hoy, gentes de empuje, y muchos de los   que hoy son jóvenes, se han dado cuenta del tesoro perdido, de los tesoros que vamos perdiendo. Tesoros que otros pueblos no tienen y tratan de fabricarlos con edificios espectáculo, que no son nada más que eso, bellezas sin alma, sin el contenido que por aquí, en otros tiempos nos sobraba, aunque a nosotros nos falte hoy, lo que a ellos, ahora, les  sobra.
Están surgiendo,  en toda esta meseta, asociaciones culturales, grupos dispuestos a entablar una lucha para conservar lo que es de ellos, lo que es  nuestro, con la firme convicción, de que recuperar el pasado, ayudará a afrontar el futuro, un futuro que no se entiende si en él no esta presente un ayer, y así, con el esfuerzo de hoy, estos pueblos podrán seguir enseñando  mañana, su noble tarjeta de visita.

Jose Herrero Vallejo


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