domingo, 29 de mayo de 2016

Días de otoño campesino


DIAS DE OTOÑO CAMPESINO

                                                en recuerdo de Juan Antonio Zabala Goiburo  
                       
Una tarde del verano tardío, llegaron  a estos campos fríos vientos del norte, y el cielo raso y azul, sorprendido, dejó paso a  nubes negras. Al anochecer llovía mansamente, y en la oscuridad, se oía el  pausado  caer de las gotas de lluvia, su romper sobre las empedradas aceras y calzadas  de este pueblo castellano.
Cuando el sol quiso salir de nuevo por los altos de Terredondo, ya las nubes negras se habían ido y volvía el cielo gozoso a recobrar el brillo y la viveza que da la luz del día. Y así, nubes negras y sol radiante se fueron turnando  un día con otro arriba, en lo alto, y al final, ya nada en estos campos fue igual.
Los ardientes y resecos amaneceres,  parece como si ahora se hubieran dulcificado. La luz es menos luz y los rayos han perdido la fuerza juvenil, todo es un poco más gris, más sosegado. Es el  cambio, la templanza, es el adiós de un verano caluroso que algo cansado, deja paso a un otoño juvenil, al otoño de la meseta castellana.
El fuerte color veraniego de los campos,  se fue con los días desgastando, y ahora parece como si  se hubiera igualado con el cielo, y todo tiene un mismo tono, un colorido tenue y apacible, como el que no pide nada.
La tierra parece ahora menos tierra. Las aguas otoñales, han suavizado su piel, le han quitado fortaleza y al atardecer, no se la llevan consigo, como antes  lo hacían, en  alocada carrera, vientos y torbellinos. Su pardo color se ha ennoblecido, el suspiro de las aguas han oscurecido los campos y la tierra asurcada,  se llena de brillantes reflejos. El campo huele a tierra mojada, a tiempos de sementera.
Ya los rastrojos perdieron su recia textura y blanquecino color, y  los cardos de caminos y veredas, vigorosos y arrogantes, se muestran  marchitos y decaídos, arrugados y sin flores y  también aquellos otros  que  corrían  errantes y alocados, impulsados por el viento  y que ahora, envejecidos, permanecen quietos, sujetos a  su último destino.
 Protegidos del arado labrador, en ribazos y valladares, algunos arbustos espinosos que vistieron flores blancas en verano, muestran ahora  frutos enrojecidos de sol, de aires otoñales.
Los escasos viñedos, dieron también su fruto, y despreocupados, languidecen al lado de cabizbajos campos de girasoles, que a veces no se quieren y se dejan abandonados, porque ellos no son de aquí, vinieron por necesidad,  como si fueran un regalo necesario.


Una tarde del invierno tardío, llegaron a estos campos fríos vientos del norte...y el cielo raso y azul, sorprendido, dejo paso a nubes negras... (Fotografía: Paco Infante)

A los altivos chopos de lindes y arboledas, les ha vestido el tiempo de dorados colores y ahora llorosos,  desprenden sus hojas como lágrimas que  lleva el viento, con la ilusión de que otras nuevas, tal vez, de nuevo volverán.
En llanos y laderas, los abundantes barbechos,  enrojecidos de soles veraniegos y condimentados  de viento y  agua, colmados de fertilidad, esperan impacientes  el advenir de la sementera, para recibir de nuevo la acaricia de la reja labradora y recoger en su seno, la codiciada semilla.
Nubes de grises, entreveradas con tibios  rayos de sol, húmedos vientos y templadas aguas del cielo, invaden ya estos campos anunciando que ha llegado otra vez el otoño. Otoños que van y que vienen,  surcando el destino de nuestras vidas, dejando en nuestros corazones, el querido recuerdo  de aquellos que  se fueron.    
José Herrero Vallejo

Sus troncos desnudos de hojas que llevó el viento, esperan impasibles los fríos del invierno.

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