lunes, 9 de mayo de 2016

Historia y la Banda Dorada


LA MUJER PALENTINA Y  LA BANDA DORADA
DE  JUAN  I  DE  CASTILLA


A las mujeres palentinas
                                                                                                  
            
           Estaban todavía  las tierras castellanas impregnadas  de dolor y odio, cuando un sonoro  tañido de  campanas, doblando a muerto,  extendía su lúgubre sonido por  villas y ciudades,  paralizando la vida de aquellas gentes. Anunciaban, en la lejana mañana de un 29 de mayo de 1.379,  que el  Rey de Castilla y León, Nuestro Señor, había entregado  el alma a Dios, un alma regia, de 46 años de edad,llena de guerras, rebeldías, crueldades, traiciones, engaños, triunfos, derrotas y hasta de un fratricidio.
           
Era muerto el Rey Enrique II de Trastámara, un infante bastardo, que había arrebatado diez años antes el trono de Castilla a su hermanastro, Pedro I llamado Cruel, quitándole la vida en una pelea cuerpo a cuerpo, en los campos de Utiel. Sus partidarios, los trastamaristas, decían que era venganza necesaria pues el Cruel había asesinado a muchas de sus gentes, a hermanos y hasta a  la favorita de  su padre, el rey Alfonso el Onceno, doña Leonor de Guzmán. en las tierras de Talavera, que desde entonces llevan su nombre. Sus contrarios, los petristas, con las hijas del rey depuesto al frente, y la misma corte inglesa, le exigían el trono arrebatado; y él, el Rey,  para contentar a unos y a otros. repartió prebendas y cuanto pudo entre sus súbditos, y por ello le llamaron  Enrique el de las Mercedes.

Este trono de origen tan torcido, y que tantos quebraderos de cabeza daría al poseedor de tal corona, lo heredó su hijo primogénito, Juan  I de Castilla, uno de los protagonistas de esta historia palentina. Era este rey un joven de 21 años, frágil, pálido, de barba cerrada del que se dijo que ya en su juventud  se hallaba profundamente enamorado de Leonor, y que se casaría con ella porque así estaba grabado en su corazón. Así fue y meses más tarde de haber sido proclamado rey,  doña Leonor, hija del rey de Aragón, Pedro IV el Ceremonioso, trajo al mundo su primer  hijo, al  que llamó Enrique, como su abuelo, otro protagonista de la historia que pretendemos contar.

Se eligió para su coronación una fecha precisa, la del 25 de Julio del mismo año de la muerte de su padre, porque es la fiesta del Señor Santiago y en el Monasterio de las  Huelgas de Burgos, en una ceremonia de gran solemnidad litúrgica, con la presencia de los nobles y grandes eclesiásticos,Castilla tuvo nuevo Rey. Dicen las crónicas que fue el mismo apóstol Santiago, representado en una pequeña estatuilla de madera, el que le armó caballero propinándole un “golpe”  con su brazo derecho articulado, que portando una espada, accionó el propio rey mediante un cordel.

Quiso Juan corresponder a tal dignidad regia ejerciendo como un verdadero rey cristiano. Decidió ser fiel a Dios, actuar y vivir según sus austeras maneras de entender las cosas, pues  había nacido y criado en el destierro, sabía bien lo que era vivir de esperanzas y había pasado por toda clase de infortunios. Se acabaron para la Corona de Castilla los hijos bastardos, las aventuras amorosas que tantas miserias habían traído a estas tierras, quiso  cumplir con un deber regio, a veces pesado deber, como el mismo diría años más tarde,acuciado por tantos desafíos y desgracias. De este rey, joven y generoso, educado en la austeridad, podía esperarse de él un reinado largo y afortunado, pero el destino no lo quiso así.

Su ilusión, su ánimo de reinar con acierto, se encontró de lleno, al principio de su reinado, con el recién creado Cisma de Occidente, que en tal difícil y triste situación colocó a la Iglesia de Roma. La cabeza de la Iglesia se había hecho bicéfala y unos estaban a favor del papa de Roma Urbano VI, del que parece ser estaba de su parte la legalidad y otros del disidente Clemente VII, afincado en Avignon. La estrecha alianza con Francia, partidaria de este último, las opiniones de obispos, abades, eclesiásticos de nota, del arzobispo de Toledo Don Pedro Tenorio, del cardenal Don Pedro de Luna y en general la conveniencia del rey de tener un papa que en cierta forma debiese su poder a su ayuda, hizo que Castilla se hiciera clementista. Quizás el tiempo le pasaría factura por esta decisión, por pretender que la Iglesia estuviera a su lado, obediente a su poder, haciendo caso omiso a la legalidad.

Heredó de su padre la amistad y alianza con Francia, dogma de los reyes de esta dinastía y además un problema dinástico muy grave, demasiado grave,tan grave como  las aspiraciones a la corona castellana de Constanza, hija   de Pedro I el Cruel, casada con el inglés Juan de Gante, duque de Lancaster, tío del rey Ricardo II de Inglaterra, al quién ya  en la corte inglesa le consideraban como único y verdadero  rey de Castilla y León.

Constantes fueron durante estos primeros años de reinado los acosos bélicos de ingleses y enemigos portugueses a las tierras castellanas y leonesas, guerras de frontera, pero a pesar de sus constantes y repetidas embestidas, supo este rey defenderse y crear desconcierto entre unos y otros y de esta forma, afianzar su prestigio político y guerrero entre sus súbditos, aunque las arcas reales se resentían y mermaban. Es posible que los acontecimientos que dieron origen a esta historia de la banda que hoy nos entretiene, sucediera en estas épocas, bien en el año 1.380, o quizás en 1.381-82, e incluso más tarde en 1.387, las noticias de  los historiadores son confusas, pero cierto es que este rey distinguió el valor y arrojo de la mujer palentina con la concesión  de una banda para colocar sobre su vestido.

Siguiendo el ritmo de la historia, sucedió que la reina Leonor, esposa de nuestro rey, murió en 1.382 en el alumbramiento de una hija que tampoco le sobrevivió y Juan, el Rey, se encontró, a la edad de veinticuatro años, viudo y con dos hijos de corta edad: uno, el primogénito Enrique que ya le hemos nombrado, el segundo el infante don Fernando que hablaremos de él, si este escrito no se alarga demasiado.

A pesar de su preocupación juvenil por acertar en el mando del reino, aconsejado por unos y otros se decidió, por razones políticas,  la necesidad de un nuevo matrimonio y la propia ambición del joven rey castellano, le llevó a elegir a la heredera del trono de Portugal, Beatriz, de 10 años de edad, la única hija del Rey Fernando I, un rey moribundo carcomido de  tuberculosis. Y así fue como en una mañana del 14 de mayo 1.383, en la catedral de Badajoz, con gran solemnidad de lujo y belleza, tuvo lugar la boda real, aunque algunos ya podían vislumbrar, mas allá de las fiestas, las nuevas desgracias que acechaban.

Pocos meses más tarde murió el rey de Portugal, Fernando y nuestro rey Juan quiso valer sus derechos sobre este territorio, pero se  encontró con la oposición de las gentes portuguesas que no querían a Castilla y la consigna “muerte a los castellanos”se extendió por las tierras hermanas. El maestre de Avis  encabezó la revuelta, y despertó el sentimiento nacional portugués que había prendido profundamente en la gente del pueblo y que impulsaba a la resistencia. El clamor popular  llevo a este personaje a ser aclamado rey y dirigir el enfrentamiento contra los ambiciosos castellanos leoneses.

¿Renunciar a Portugal? En modo alguno, dijo Juan y con coraje y deseo imperioso, ordenó la invasión  del ansiado territorio portugués,  desencadenándose entre ambos bandos una guerra guerreada por un potente  ejército castellano que pretende arrollar a un ejército anglo portugués que acude a la táctica de la tierra quemada, a la interrupción de vías de comunicación, a las dificultades  de avituallamiento, a la toma de posiciones,estrategias, todas ellas, de la inteligencia anglosajona.

Y así, el todo del ejército castellano, en un aciago día  14 de agosto de 1.385, dirigió sus malos pasos, en perfecta formación, hacia lugares no elegidos, hacia campos con ventaja cuidadosamente preparados por el enemigo.Todavía hoy se recuerda la derrota de la batalla de Aljubarrota, donde el orgullo castellano mordió tierra, donde estandartes y pendones victoriosos en tantas batallas fueron derribados y presos, donde condestables y mariscales de campo, descabalgados, fueron pasados a cuchillo por peones y cuchilleros, donde cientos de pechos castellanos fueron flechados por los arqueros ingleses, donde la pesada caballería castellana no pudo revolverse  en aquellos terrenos donde tantas cosas sucedieron y donde el rey salvó la vida tomando prestado el caballo de su mayordomo que murió en la batalla, cumpliendo así el alto deber de fidelidad al dar la vida por su señor.

La noticia de tan abultada derrota, llegó pronto a tierras inglesas, donde Juan de Gante, duque de Lancaster, había  contraído matrimonio, años antes, en segundas nupcias, con Constanza, hija del denostado rey de Castilla Pedro I y a quién le había sido reconocida su legitimidad a pesar de ser hija de María de Padilla, amante del rey Cruel.  Muchos habían sido con anterioridad los intentos fallidos del duque inglés por apoderarse de la corona castellana, pero ahora parecía que esta gran derrota favorecería tal ambición. Los preparativos fueron cuidadosamente organizados, y el mismo duque se hizo llamar Juan I en castellano, imitó hasta en el vestido a su homónimo rival. Su sobrino, el rey inglés Ricardo II, le regaló una corona de oro para que pudiera utilizarla en la ceremonia de su coronación castellana y el papa de Roma, Urbano VI, firmó una bula en la que daba al duque el título de único legítimo rey de Castilla. Mas de noventa buques de distinto calado recibieron la orden de concentrarse en el puerto de Plymouth con destino a la península, se predicó una cruzada llamando a la guerra a caballeros y soldados, y  la corona inglesa invirtió 200.000 doblas en esta  empresa con la condición de una vez conseguidos los objetivos, fueran devueltas a las arcas reales.

Alarma y pánico produjeron en Castilla las noticias llegadas de ultramar, y en situación tan comprometida, se suplicó al rey que abandonara la melancolía y los vestidos de luto que venía usando desde la derrota de Aljubarrota. Hubo llamada a Cortes, y se ordenó a todo el mundo que se preparase para la lucha pues ahora no se trataba de conquistas, sino de defender la propia tierra. Todos, hasta los más pobres debían de aportar un arma, los mas ricos caballo, espada o lanza y sobre todo, se necesitaba dinero.

Los ingleses desembarcaron en La Coruña el 25 de julio de 1.386,  y el duque rey y su mujer Constanza, se dirigieron a Santiago para hacer solemne entrada en la catedral y hacer constar sus derechos frente al Apóstol. El cuartel general invasor se estableció en Orense y desde allí se dirigían las operaciones militares, y aunque el reino en tierras gallegas no ofrecía resistencia, tampoco adhesión, y cuando los ingleses se retiraban de villas y pueblos tomados, sus habitantes volvían de nuevo a la obediencia de su rey. Los castellanos se habían preparado para una guerra defensiva, lenta y de desgaste, fortaleciendo las guarniciones que daban paso a la meseta. La peste, la resistencia castellana, la falta de víveres, el desconcierto y bajo interés de las tropas mercedarias inglesas, hizo  pensar por vez primera al duque que sus perspectivas de victoria no eran seguras. Pero a pesar de ello, y con mas énfasis si cabe, avanzaba con su ejército y arremetía contra las líneas defensivas situadas ya en Tierra de Campos, con peligro de la residencia real situada en Valladolid. Juan I, ya de ánimo más crecido, sacando fuerzas de flaqueza, concentraba  tropas y concedía el estado de hidalgo a todos los ciudadanos que acudiesen a la batalla armados a su propia costa y así, muchos hombres de la comarca de Campos, se dirigieron al encuentro del enemigo que rechazado en la villa Valencia de Don Juan, había llegado a la pequeña Valderas. Y allí comprobó el duque que su causa era perdida, pues el enemigo escapaba a los golpes y destruía las patrullas enemigas, y antes preferían perderse todos que someterse a quién no era sino un príncipe extranjero.

Y cuando la historia se hace leyenda, y la misma leyenda quiere ser historia, se dice que el duque, en una retirada todavía no meditada, emprendió una operación de castigo y llegó a la ciudad de Palencia, vacía de hombres de guerra, pretendiendo subyugarla, encontrándose de nuevo con el mismo ardor castellano que conocía, pero en este caso era un ardor  que descansaba en la valentía de sus mujeres. Historia y leyenda dicen que la tropa voluntaria existente, mujeres al mando de niños y ancianos increpaban a los  ingleses desde la muralla y les hacían ver su animosidad, amedrentándolos, desafiándoles a la lucha. Tanto ánimo y arrojo disuadió a los experimentados y castigados ingleses, que desposeídos de toda esperanza de victoria, emprendieron una definitiva retirada hacia tierras amigas portuguesas, donde fueron acogidos.

Vuelve la leyenda a injerirse en la historia y dejándose querer, dice que Juan I, enterado e impresionado por esta hazaña,  que  tal vuelco bélico dio a la campaña, quiso premiar esta valentía y arrojo de la mujer palentina concediéndole la distinción y el honor de vestir para siempre, sobre sus ropas de gala, la banda dorada, que cruzará su pecho desde el hombro izquierdo hasta debajo del brazo derecho, al igual que lo hacen los caballeros de la Orden de la Banda, fundada por su abuelo el rey Alfonso XI y cuyo Alférez Mayor de esta Orden fue, en esta época que tratamos, el Canciller y famoso cronista Pero López de Ayala,  víctima también de la derrota de Aljubarrota, pues cayó prisionero y permaneció varios meses encerrado en una jaula.

Desde entonces, y más en estos últimos años, es un orgullo ver en días de fiesta grande por nuestras  plazas y calles palentinas a las mujeres engalanadas con sus trajes típicos, y lucir en el pecho esta banda dorada que nos recuerda hechos, que aunque pertenecen a la oscuridad de los tiempos, forman parte de nuestra historia, esa historia que los pueblos, lejos de olvidar, deben de mantener siempre presente,  como verdaderas señas de identidad.

La Casa Regional de Palencia en Madrid, que en este año 2004 cumple 100 años de existencia, ha dedicado  siempre gran atención a este hecho histórico y en varias ocasiones ha celebrado actos de imposición de la  Banda Dorada a las mujeres palentinas distinguidas por su dedicación y atención a la causa de nuestra capital y provincia.

 Con gran solemnidad, en un acto dirigido por D.ª M.ª Teresa Ruiz de la Parte, en la Sala de Mujeres Heroínas del Museo del Ejército de Madrid, al lado de una mesa,  en cuyo  tablero tiene grabado un texto que recuerda y conmemora este hecho, la Casa de Palencia impuso esta distinción en el año 2.002 a las mujeres palentinas que aparecen en la fotografía.

Tablero de mesa en mármol con inscripciones referidas en el texto. Permaneció durante años expuesta en la Sala de Heroínas en el Museo del Ejército. Madrid.


   A pesar de tener sensación de haber rebasado los límites de espacio asignados para la exposición de esta historia, no tenemos más remedio que continuar, pues todavía quedan relatos de los sucesos medievales que tuvieron lugar en Palencia  y que son en este tiempo actualidad. 

El rey y el duque, cansados de guerrear, desgastados en la lucha de querer uno lo que era del otro y el otro de defender lo suyo, mantenían negociaciones secretas   y al final encontraron en sus hijos la solución a los graves problemas que les enfrentaban, acariciando en sus jóvenes cuerpos la paz tan deseada y acallando de este modo el temido rumor de las armas.

Mediante el tratado de  Bayona, acordado entre ambas partes, los ingleses renunciaban a los derechos de la corona, reconocían a Juan I como el verdadero monarca de Castilla y León y recibirían como compensación económica a los gastos realizados en la campaña fallida,  cifras verdaderamente exageradas, como nunca antes se manejaran en negociación diplomática alguna, pagos e indemnizaciones en oro y plata, que llenaron de impuestos y empobrecieron los campos castellanos. 

Pero la exigencia del tratado, la primera condición establecida, fue que Enrique y Catalina contrajeran matrimonio y fueran además reconocidos y jurados por las Cortes como únicos sucesores en el trono de Castilla. La sangre de Pedro I volvería a reinar, para descanso de petristas  y alivio de la dinastía de los Trastamara, que conocían bien la irregularidad de sus orígenes.

 Don Enrique, primogénito de Juan I, era sólo infante y  de acuerdo con una costumbre establecida ya en otras naciones, se aprobó en las Cortes celebradas en Palencia en estas fechas, por vez primera en Castilla, la asignación  del título  de príncipe para el heredero de la corona a partir del momento en que fuese considerado como tal. Se eligieron los dominios jurisdiccionales que engloban las tierras asturianas, sus posesiones y sus rentas con el título de Principado, como privativo para el heredero de la corona en el momento de tomar posesión de la heredad. Y fueron las tierras asturianas y no otras las elegidas, porque ellas tuvieron mucha importancia en el nacimiento de la dinastía Tratámara, fueron propiedad de la corona y ahora  estaban en peligro de ser separadas por la traición de Alonso,conde de Oviedo, señor de Noreña y Paredes de Nava,  hermano bastardo de Enrique rey, que hacía pactos con portugueses e ingleses.

 En vísperas de su matrimonio, se entregó al infante Enrique el título y posesión del Principado de Asturias y un día próximo al pasado 17 de Septiembre de 1.388, Enrique, un niño endeble de 10 años de edad, que la historia le llamó el Doliente, entró en la catedral de Palencia por una puerta que desde entonces se llama de los Novios, acompañado de su novia Catalina de maneras ”mucho fea, que todo pereciere home como mujer”, para salir de ella unidos como marido y mujer, Príncipes de Asturias, herederos de la Corona de Castilla y León.

Nadie sospechaba  entonces, la desgracia que sucedería  dos años más tarde, pero dejemos a los cronistas de la época que continúen con el relato… "procedentes del África lejana, llegaron a la ciudad de Alcalá cincuenta jinetes en cincuenta briosos corceles blancos, caballeros de profesión cristiana que se decían descendientes de godos y a los que llamaban Farfanes. Ejercitados a la manera de la milicia africana, dominaban la destreza de volver y revolver los caballos con toda ligereza, en saltar con ellos, en correrlos, en apearse y jugar de las lanzas y todo el espectáculo a sueldo del rey de Marruecos. Próximo a aquel lugar, quiso el rey Nuestro Señor Juan de Castilla, un domingo 9 de octubre de 1.390, después de misa, ver lo que hacían tales caballeros y salió al campo acompañado de sus Grandes y Cortesanos, en caballo muy hermoso y lozano. Antojósele de correr una carrera, arrimóle las espuelas, corrió por campos recién arados, tropezó el caballo en los surcos desiguales y cayó al suelo, con tanta furia, que quebrantó al Rey, que no era ni muy recio ni muy sano, de guisa que a la hora rindió el alma: caso lastimoso y desastre no pensado".

Y así fue como los   Príncipes de Asturias, Enrique y Catalina, denominados de esta guisa por primera vez en la ciudad de Palencia, fueron llamados a reinar……


José Herrero Vallejo


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