martes, 31 de mayo de 2016

Girasoles en Tierra de Campos


GIRASOLES EN TIERRA DE CAMPOS
                                                                 a mi hija Carmela
Los girasoles no son de aquí, nunca antes estos cultivos se conocieron en las tierras labrantías de esta laboriosa comarca de Tierra de Campos, cuya  única vocación ha sido siempre ser granero de la vieja Castilla.
Fotografía Araceli Infante Castellanos.
 Dicen que llegaron a estos campos por necesidad. Los labradores que los cultivaban, recibían por ellos ayudas económicas, subvenciones y por eso fueron tan bien recibidos, como si realmente su siembra les  trajera   un pan debajo de cada  brazo.
 La siembra era tardía, se ponían las semillas bajo tierra cuando ya los cereales  estaban bien nacidos, cuando ya apenas quedaban lluvias por caer, cuando los días ya eran más largos  y ellos, sin embargo, comenzaban a germinar. Y para aprovechar, los agricultores siempre los sembraban  en las tierras labrantías que  destinaban, antes de que los girasoles llegaran, a permanecer desnudas y vacías durante el largo verano mostrando lo pardo, lo seco, lo tosco de sus barbechos polvorientos.
Crecían con tal fuerza y  tenían tantas ganas  de vivir, que en poco tiempo pasaban en altura a todo lo que les rodeaba. Eran de porte fino y elegante, se adornaban con grandes hojas verdes y su cuerpo era fuerte y robusto, y cuando al atardecer llegaba el viento norte, apenas se movían, no se doblegaban, como lo hacían los trigos ante esta fuerza natural que durante siglos,  ha ejercido aquí su poderío.
 Me gustaban porque su verde color oscuro contrastaba  con los   verdes suaves de los trigales en flor, y sus grandes hojas parecían que flotaban cuando el viento las movía. Pero lo mejor era cuando cumplidos sus días, los girasoles  se rompían por la cabezuela y aparecían amarillentas flores, que  en muy poco tiempo se hacían grandes y redondas. Era entonces un lujo  ver que aquellas descarnadas laderas, aquellos pedregosos páramos, aquellos interminables llanos estaban ahora, en pleno verano,  vestidos y enjoyados,  avivados de jugosos y chillones colores,  pintados de amarillos y  verdes  entreverados como si la tierra se hubiera vestido de fiesta, como si todos los días fueran domingo, como si alguien importante hubiera anunciado su visita. 
Y a lo lejos, aquellas manchas de girasoles parecían ejércitos multicolores, batallones de soldados  colocados en la llanura, unos detrás de otros, fijos, inmóviles e impecablemente alineados, mirando hacia arriba, al mediodía, hacia el brillante cielo azul, con sus caras grandes y redondas coronadas de pétalos amarillos.
Y cuando el sol de la tarde iba buscando su camino, y allá a lo lejos, en los terrenos de poniente, se perdía, millones de girasoles, todos a una, como si de una orden se tratara, giraban  suavemente sus cabezas,  y cegados de rojo resplandor, contemplaban a su sol partir 
 Y necesitados de mas  luz, y mas calor, lo perseguían con sus caras redondas sin cesar, y lo acompañaban por donde quisiera que él fuera, fascinados por la amarillenta  energía que les nutría de vida . 
 Y así, hasta que viejos y cansados, sin pétalos amarillos, arruinados, esperaban cabizbajos y y resignados, entregar sus frutos , ya maduros, de tanta luz, de tanto sol.
 Cuando los girasoles no estaban, el estío parecía todavía más estío, más sofocante y el vientoo era  más seco y ceñudo,  y el color pajizo y agarbanzado de los rastrojos, dominaba por doquier. 
Pero Castilla es así y  su belleza ha sido siempre la claridad de sus azulados cielos, la violencia de sus soles, la armonía de sus colores, la desnudez de sus campos, lo áspero y polvoriento de sus tierras, el esfuerzo y el sudor de su trabajo...
A muchos nos gustaban los girasoles, aunque fueran forasteros.

                                                                                      
    José Herrero Vallejo.




1 comentario:

  1. Estupendo desconocía este blog de José herrero vallejo un gran descubrimiento

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