UN REY PARA EL DÍA DE CASTILLA Y LEÓN
Procesión que tiene lugar todos los años el Día del Santo Patrono en el lugar de su nacimiento, el pueblo zamorano de Peleas de Arriba. |
Y en esta búsqueda, que no puede ser otra que aquella que se apoya en el trabajo y
productividad, en el esfuerzo, en la creación y buen hacer de las cosas, puede
suceder que, perdidos, caigan de nuevo en el error y una vez más en el peligro
de desviar estas pretensiones hacia rencillas y enfrentamientos políticos que
alejen más a esta Comunidad de una deseable prosperidad.
Escribo todo esto porque he
visto desde mi posición de observador ecuánime, que cuando se acerca la
festividad del Día de la
Comunidad de Castilla y León, los periódicos, radios y en
general medios de comunicación de las diversas provincias, calientan el
ambiente con dispares opiniones acerca del significado de lo que este día se
festeja. Artículos, cartas al director, emisiones radiofónicas, programas
televisivos contraponen opiniones y
algunas llegan hasta expresar
nerviosismo y odio acerca del evento. Este año todavía ha sido peor, pues según
dice la prensa, ha habido enfrentamiento físico entre unos y otros castellanos
asistentes a los actos, enfrentamiento que como es lógico no puede en los
tiempos actuales ir a más, pero refleja bien, a mi manera de ver, el agrio y
forzado espíritu que existe en la famosa Campa de Villalar de los Comuneros.
Cuando los planteamientos nacionales se
hicieron distintos a los que ya existían desde que los Reyes Católicos
en 1492 unieron los pueblos de España,
fue necesario entonces, en el año 1.983, poner día de fiesta a la flamante y recién
creada Comunidad de Castilla y León, pues los tiempos así lo exigieron.
Creo
sinceramente, sin ánimo de ofender, ni de entrar en polémicas, que esta
elección que se hizo entonces no fue
acertada, ni mucho menos la más idónea, por
hechos simples que saltan a la vista. No es bueno festejar el recuerdo
de una guerra, una guerra fraticida, entre hermanos, y además, entre
castellanos y en la que murieron dramáticamente, en ambos lados, patriotas por
defender unos ideales, ideales que casi
a quinientos años de distancia, podemos nosotros, sin partidismos, difícilmente
valorar y menos ser motivo de nuevos enfrentamientos. Por otra parte podemos
decir, ¿y los leoneses que tienen que ver en esto? ¿quién los representa?, no es
de extrañar que muchos de ellos no estén de acuerdo y se ausenten y distancien.
Más cosas se podían decir, pero creo que no es necesario echar más leña al
fuego.
No
son los Comuneros un hecho de nuestra historia para festejar y menos para la
fiesta de la Comunidad ,
aunque sí, desde luego, debemos recordarlos con admiración, pero de otra manera, pues reivindicar sus ideales, que fueron entonces
contrapuestos y hoy obsoletos, siguen absurdamente enfrentando a
castellanos y distanciando de ellos a los leoneses.
Esta
manera tan desacertada de ver las cosas, usurpó entonces el liderazgo de esta
Comunidad a una figura de grandeza
histórica, aquél Rey hijo de Alfonso IX, Rey de León y de Doña Berenguela, Reina
de Castilla, que por derecho le pertenece, pues fue el Rey que unió estos dos
reinos, el que hermanó para siempre a castellanos y leoneses, el que luchó sin
cuartel hasta conseguir que estas tierras fueran una sola tierra, una sola
idea, el llamado Fernando III Rey de Castilla y León. Muchos historiadores
conceden a esta figura histórica una importancia solamente igualada por Isabel la Reina Católica, y
muchas instituciones, como la propia Iglesia Católica, consciente de su
liderazgo político, social y cristiano, de su fama popular, quiso hacerlo suyo, canonizándolo muchos
siglos después de su muerte. Otros regímenes políticos recientes, no menos
conocedores del personaje, lo incluyeron sin dudas en su haber y fue en su
ideología, durante mucho tiempo, ejemplo
de las juventudes, de los flechas y pelayos... Las malas lenguas dicen que por
todos estos motivos, los políticos de entonces
quisieron desmarcarse del personaje tratando de buscar otra orientación,
pero los inventos históricos no progresan, ni son, ni serán éxitos, por mucho
que se intente.
José Herrero Vallejo
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