martes, 26 de abril de 2016

Garcimuñoz es su nombre

                                                                                                                                                         Garcimuñoz es su nombre                                                                                              

 Abril  es de Jorge Manrique

Castillo de Garcimuñoz antes de su restauración.

  Entre blanquecinos rastrojos estivales, entre un mar de pétalos amarillos que miran siempre al sol, entre campos de verdes olivares, se levanta una montaña de roja tierra, coronada en lo más alto,    por las viejas ruinas de un castillo medieval.

  Torres y murallas, abiertas en hermosos ventanales, se asoman indiscretas a lejanos horizontes perdidos en la distancia, a profundos valles que se extienden a sus pies, que salpicados de almendros y viñedos, en alegre colorido, descienden suavemente hacia las desnudas tierras de la seca planicie.

Entrada al castillo después de su restauración.
    Le llaman castillo de Garcimuñoz, y encaramado allá en lo alto, es solamente el sentido recuerdo de un valiente guerrero a quién Dios hizo poeta, y es también, sin duda, el bello aderezo de un austero paisaje, pues los siglos le robaron sus ánimos guerreros, la nobleza de cuna y hogar de los linajes más altos de la Castilla medieval.

  Se deja ver por caminos que llevan a Valencia, cobijando a un puñado de humildes casas, que amparadas a su vera, llaman Villa del Castillo de Garcimuñoz, y desde allí, parece que se mantiene en pie con esfuerzo, luchando con su vejez, desafiando los vientos que desde la gran llanura de la Mancha llegan hasta él.

  Cuentan que perdió su última batalla hace algunos siglos, cuando dejó de ser guardián de frontera y, desde entonces, jubilado de guerras e intrigas palaciegas, permanece en estas tierras olvidado, ocultando las heridas que en aquellos tiempos le infringieron, heridas de castigo, que no de guerra, pues fue orden de la reina que le fueran desmochadas sus torres y destruido su almenaje, por haber sido traidor a la corona   castellana.

  Fue castillo insignia del poderoso marquesado de Villena, aquél del que decían, “era más reino que señorío”, y su señor y muchos nobles, enfrentaron su poder a las aspiraciones de Isabel a la corona de Castilla y al frente de todos ellos, defendiendo a Juana la Beltraneja, el poderoso arzobispo de Toledo, Don Alonso Carrillo, a quién la leyenda atribuye el dicho ” yo saqué a Isabel de hilar y a hilar ha de volver”.

  Pero Isabel la Católica, que no era menos que sus contrincantes, buscó entre leales castellanos, hombres aguerridos capaces de enfrentarse a tropas tan singulares y los encontró en la llanura palentina de Tierra de Campos, en las ásperas y pardas tierras de Paredes de Nava, gentes de noble cuna y alto linaje, los altaneros y poderosos Manrique de Lara, aquellos que decían “Nos non venimos de reyes, que reyes vienen de nos”.

  Y aquí comienza una historia que termina pronto, pues aunque ganaron, nosotros perdimos. El caballero Trece de la Orden de Santiago, el Comendador de Montizón, el muy señalado capitán de la Hermandad de Toledo, Don Jorge Manrique, fue el elegido para arremeter contra tan difícil cometido.

  Lo que sucedió, ya todos lo sabemos. No importa como lo mataron, ni como fue, un ciento de leyendas, de una u otra forma, lo atestiguan. Lo que importa es que nosotros perdimos un genio de las letras, genio que se recuerda en la bellísima entrada de este triste castillo, pues en fecha 16 de Marzo de 1944, la Real Academia Española colocó una lápida que reza así: Recuerda, caminante, que a las puertas de este castillo se vino la muerte sobre este poeta que mejor la ha cantado en nuestra lengua, el capitán Jorge Manrique...”.

  Las gentes de estos lugares todavía hoy lo recuerdan, escritores y poetas escriben sus alabanzas y monumentos a su persona ocupan lugares preferentes en estos pueblos de la mancha conquense. Todos los años, en fechas de abril, el domingo que sigue al fatídico día 24, la Asociación Cultural Jorge Manrique, en una Jornada Manriqueña, conmemora los tristes acontecimientos con certámenes poéticos y conciertos musicales, realizando visitas a la Cruz de Don Jorge, dónde dicen fue herido, a Santa María de Campo Rús, donde murió, al Monasterio de Uclés donde fue enterrado junto a su padre, el Condestable Rodrigo Manrique.

  En Paredes de Nava, tierra de tan ilustre poeta, no lo olvidamos, no queremos olvidarlo, aunque a veces parece como si ello hubiera sucedido alguna vez. Ahora ya no son posibles tales olvidos, porque de una u otra forma, nos vamos acercando a él, lo vamos haciendo más nuestro, lo tenemos entre nosotros.

  Hace algunos años, muchas gentes de este pueblo, molestas por olvidos tan significativos, emprendieron con ánimo la ardua tarea de materializar el recuerdo de nuestro poeta, coincidiendo con el quinto centenario de su muerte. Hoy disfrutamos de un bello monumento de gran valor artístico, obra de Julio López Hernandez que ensalza la figura de este ilustre paredeño, en un conjunto escultórico que luce en todo su esplendor, allí donde está, en la plaza, a los pies de la torre de la iglesia de Santa Eulalia.

  Todo no debe de quedar aquí. Tomar el ejemplo de estos pueblos que lo vieron morir, puede ser un aliciente para nosotros, que lo vimos nacer.


El Castillo de Garcimuñoz ya se puede visitar después de su restauración.

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