viernes, 29 de abril de 2016

Jorge Manrique a través del tiempo



JORGE MANRIQUE A TRAVÉS DEL TIEMPO

Abril es de Jorge Manrique

                                                 a José Manuel Ortega Cézar



Son estos días de abril tiempos melancólicos para la poesía castellana, pues acostumbra el mundo literario y cultural a recordar, en esta época, a un palentino, a un genio de la poesía castellana que abandonó este mundo en violenta acción de guerra, en la incipiente primavera de 1479. Guiomar, su esposa y especialmente sus hijos, Luís y Luisa, heredaron entonces, tras su muerte, los bienes materiales que poseía, entre ellos, aquel lugar tan familiar, tan amado, hoy todavía en pie, el castillo de Montizón,  del que dijo don Jorge:

La fortaleza nombrada
está en los altos alcores
de una cuesta,
sobre una peña tajada
maciza toda de amores,
muy bien puesta;

Castillo de Montizón
Todos heredamos desde entonces, y para siempre, el rico tesoro de su genialidad poética, herencia que ha nutrido el sentir y el pensar   de numerosos escritores de todas las épocas, que de una u otra forma, han expresado, en sus escritos, este sentido manriqueño. Esta amplia y profunda huella, este rastro estelar que dejó su arte en la literatura española, ha sido recogido con amor, profesionalidad y querencia manriqueña por mi amigo José Manuel Ortega Cézar en un libro titulado “Jorge Manrique a través del tiempo” recientemente publicado, y editado por la Junta de Comunidades de Castilla la Mancha. Ardua y singular tarea la de este escritor, tarea que nació de antiguo en el ambiente de una casa solariega que ocupa en la actualidad el lugar donde el poeta murió, pues dice la historia que Don Jorge entregó su alma a Dios en Santa María del Campo Rus, donde transcurrió la infancia y adolescencia de José Manuel, y en donde retumban con sonoridad los versos manriqueños.

Situado en Belmonte de la Sierra que posteriormente pasó
a llamarse Villamanrique en honor a su señor Rodrigo
Manrique, conde de Paredes de Nava, que consiguió la
independencia de esta villa respecto a Torre de San Juan Abad,
consiguiendo el título de la villa (provincia de Ciudad Real).
Jorge Manrique sigue vivo entre nosotros, no solamente por la admiración y el asombro que la rima y la métrica de sus Coplas nos produce, sino también, y muy especialmente, por su mensaje, que hilvanado en bellas estrofas y sentidos pesares, sigue atormentando a la mente de los seres humanos, a los seres humanos de antes, de entonces, de ahora y probablemente de siempre. La fugacidad de nuestro tiempo, lo efímero de los bienes terrenales, la vida como camino hacia la muerte, los vaivenes de la fortuna, atormentan al poeta que machaconamente se pregunta ¿dónde están? ¿qué fue de ellos?, ¿dónde están ahora? Son las mismas preguntas que nosotros nos hacemos hoy, y a pesar de los siglos transcurridos, sigue siendo el silencio la respuesta a tan transcendental pregunta, un silencio existencial que nos lleva en lo desconocido a buscar cobijo y amparo en creencias espirituales, creencias tranquilizadoras de nuestra propia existencia. Fue la muerte de un padre idolatrado el cerrojo que abrió la puerta a una emoción vital contenida del poeta, y con la elegancia de un genio abatido, vistió con bellos recursos literarios lo que realmente fue para él un desahogo que le sirvió para vaciar sus angustias y, tal vez, al así contarlas, tranquilizar su alma, como si de una confesión se tratara.

Son pues estas Coplas a la muerte de su padre, además de una joya literaria sin par, una profunda reflexión moral para aquellos que sepan extraer la esencia de tan singular mensaje. Es esta esencia, tan bellamente expresada, la que mantiene viva la obra de un palentino, olvidado en su tierra.



José Herrero Vallejo

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