jueves, 28 de abril de 2016

La última morada de Jorge Manrique

                                      
LA ÚLTIMA MORADA DE JORGE MANRIQUE

Abril es de Jorge Manrique


En estos días primaverales del mes de abril, viene a mi memoria, el recuerdo de  Uclés,  pues acostumbra el mundo literario y cultural a recordar, en esta época. a un genio de la poesía castellana, a un palentino que abandonó este mundo en violenta acción de guerra, en la incipiente primavera de 1.479 y su cuerpo allí descansa, en tierras manchegas. Como nadie es profeta en su tierra, tenemos que ser otros, los que  utilizando los espacios periodísticos que amablemente sus directores nos brindan, el recordar a este genio,  sintiendo que estas tierras castellanas, tan olvidadizas e indiferentes para todo lo que es suyo, no terminen de encontrar los espacios culturales adecuados que les permita celebrar el recuerdo de aquellos hechos históricos, y de aquellos personajes que les dieron gloria y lustre.

Castillo de Uclés (situado en la provincia de Cuenca), antigua fortaleza musulmana conquistada por cristianos, 
pasó a ser la cabecera de la famosa Orden de Caballería de Santiago, iniciada su reconstrución por Carlos I y finalizada 

en los tiempos de Felipe V. Se conservan las torres originales de arquitectura musulmana. Ha sido llamado El Escorial 

de La Mancha.

Es Uclés un pueblo conquense situado en  la gran meseta de la Mancha, y a simple vista. parece que se encuentra  en calma, como si  todo perteneciera ya al  pasado, pero sin embargo, yo creo que  no lo está, incluso  ahora, en estos tiempos de paz. Sus oscuras y grisáceas moles de piedra, organizadas en amenazante fortaleza, sobre un alto inexpugnable, parece que ojean desconfiadas el horizonte, temerosas todavía hoy de  incursiones guerreras enemigas.

No en balde  fueron sus murallas, durante muchos siglos, frontera con el moro, combatieron en cien batallas defendiendo a sus moradores y, sus desconfiados muros, han visto tantos horrores, que no quieren saber de tiempos de paz. Tienen  estas piedras, en su ser, muchas historias de muerte, y en su memoria está aquel hecho  que terminó con  el único varón heredero de la corona de Castilla y León, el  amado Infante don Sancho, único  hijo varón de Alfonso VI y de  la mora Zaida. Apenas con diez años de edad, al frente de las  tropas de su padre, su juventud fue masacrada en un enfrentamiento con los moros enemigos, al igual que siete condes castellanos que le acompañaban. Y así un sin fin de luchas y batallas, ataques audaces  que nunca  consiguieron rendir  por la fuerza a tan pétrea fortaleza,  y mas cosas que no es necesario contar

Y es allí, en el monasterio que fue priorato de la famosa Orden de Santiago, en donde se encuentra enterrado, junto a su padre, aquél guerrero poeta, que en el anochecer de una tarde del día 24 de abril de 1.479, frente a los grises muros del Castillo de Garcimuñoz, el cuerpo de don Jorge, con 39 años, lleno de amor, de lirismo, de poesía, de genialidad, fue mortalmente herido. Entre sus ropas, encontraron papeles de versos ensangrentados, como si ellos fueran los últimos suspiros de este sublime poeta, cuyo destino hizo que fuera también guerrero.

Dice la historia que hizo testamento y… José Manuel Ortega Cézar, empedernido admirador de Manrique, ante tan triste acontecimiento, en sus escritos, angustiado, se pregunta: ¿Viajaría desde Montizón o Toledo su esposa doña Guiomar?, ¿Le acompañarían en su último destino sus hijos Luís y Luisa a pesar de su corta edad? ¿Vendría Gómez Manrique desde Toledo, donde era corregidor, pues a pesar de rondar los 70 años es probable que emprendiera el viaje para despedir a su sobrino predilecto? ¿Estaría allí su tío Iñigo Manrique, nombrado obispo de Jaén y Baeza años antes? ¿Estarían presentes los caballeros Trece de la Orden de Santiago?  ¿Acudiría su  hermano Pedro Manrique, segundo conde de Paredes de Nava, comendador de Segura, primogénito entonces de esta famosa familia palentina?

 Los siglos, los olvidos del pasado, las restauraciones y otros tantos acontecimientos sucedidos en esta mole arquitectónica, han borrado el lugar  de su última morada, y sus huesos  yacen confundidos, con otros muchos desconocidos, sin distinciones, en algún lugar del monasterio. Al final tenía razón Manrique, la muerte iguala a todos. El lo sabía y lo dijo en sus coplas.




José Herrero Vallejo

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